El psicoanalista y psiquiatra extranjero Hernán de Arriba enfatizó en que “la pedofilia (abuso sexual a menores de edad, por parte de un adulto), no es una orientación sexual. Se trata de una práctica que configura un delito que se ejerce en una relación desigual de poder y que implica un sometimiento”.

“La violencia sexual contra las infancias es un crimen contra la integridad que no está vinculado a la orientación sexual ni a la identidad de género del agresor sexual”, coincide la psicóloga y activista argentina Sonia Almada. Además, considera que “se trata de un crimen que se elige llevar adelante o no, a conciencia del daño que provoca. El deseo del pedófilo por el cuerpo infantil está vinculado a la utilización como objeto del mismo, al sufrimiento que produce, a la amenaza y a la prohibición”, indica.

El pedófilo se acerca al niño de forma seductora, prodigándole atenciones. Manipula a su víctima, dándole regalos, prometiéndole cosas. No acepta su responsabilidad. Oculta de manera astuta su perversión. Tiene mucha facilidad para entender y manejar a sus víctimas; detecta fácilmente las necesidades de estas. Este tipo de abusador es crónico, y por lo tanto es poco probable que pueda modificar su conducta desviada. (O)

Publicidad

Mario Monteverde Rodríguez, doctor en Medicina y orientador familiar, Guayaquil