Opinión internacional

La historia de la humanidad la escribieron los migrantes. Desde que el mundo es conocido, su relato más reiterado y constante es el flujo de personas que se mueven de un sitio a otro. Por ejemplo, hace miles de años unos negros salieron de África –cerca del lago Victoria– con destino a sitios absolutamente desconocidos. Esa oleada se transformó posteriormente en miles de millones de seres humanos que adaptaron su pigmentación y características físicas al lugar que escogieron vivir. De ahí que es científicamente comprobado que todos somos negros en origen a pesar de la actitud racista de algunos con nuestros ancestros originales. Ahora la historia la escriben, entre otros, los sirios hacia Europa y los centroamericanos y mexicanos hacia EE. UU. El presidente de ese país, Donald Trump, con quien es difícil coincidir en muchas cosas, tiene razón cuando afirma certeramente que lo que deben hacer los gobiernos de donde salen los migrantes es mejorar las condiciones de vida de estos para que no quieran huir de su patria. Absolutamente cierto lo del nieto de un alemán que recaló en California para abrir un prostíbulo.

Si uno observa cómo viven los miles de millones de migrantes en su primera generación de migrantes sacará la conclusión que con algunas mínimas condiciones de calidad de vida preferirían quedarse en sus países antes que vivir en penosas condiciones tratando de alcanzar “el sueño americano”. Si tan solo tuvieran oportunidades jamás saldrían de su tierra, que la llevan siempre consigo en el exilio económico en el que viven. Pregunten a los millones de venezolanos que salieron bajo el gobierno de Maduro si desean vivir vendiendo arepas en las calles sudamericanas o ser endilgados de cualquier crimen, como en Colombia. Nunca hubieran dejado su terruño si hubieran tenido algo de esperanza que les fue robada por gobiernos desbordados de violencia y corrupción. Las imágenes de los hondureños que pretendían entrar esta semana en los EE. UU. y que fueron reprimidos por la guardia nacional de López Obrador es una metáfora cruel de esta realidad. Los mexicanos quejándose del muro norteamericano y al mismo tiempo deportando a sus hermanos centroamericanos que pretenden alcanzar el territorio americano. Reprimidos y represores, y ambos países viviendo grandemente de las remesas que envían sus connacionales que no pudieron realizarse en su territorio debido a los malos gobiernos.

La migración es un fenómeno complejo. Los países europeos necesitan mano de obra que renueve la fuerza laboral reducida drásticamente porque sus connacionales residentes ya no tienen hijos en las cantidades necesarias. En EE. UU. es clave la migración para la competitividad del sector agrícola. Los braceros hacen que los precios sean adecuados y en proporción a la paga que dan a los migrantes ilegales. Si ellos no hicieran la labor, la mano de obra legal haría absolutamente poco atractivo el costo final del producto. Los turcos en Alemania son clave para la producción en las fábricas de automóviles, donde son mayoría. Hay que mirar bien los matices de estas oleadas migratorias, más allá de la comodidad de calificarlas denigrantemente.

Hay que mejorar la calidad de los gobiernos y generar condiciones para que los seres humanos se desarrollen en sus propios países o de lo contrario muchas de la guerras provocadas por los países que los rechazan seguirán estimulando estas oleadas humanas llenas de asombro, rechazo y conmiseración. (O)