En el estilo populista característico de la última década, el ministro de Educación, Fander Falconí, anunció la semana pasada en una carta abierta una serie de promesas genéricas que dicen poco a la vez que dicen mucho de la visión educativa de los coidearios del expresidente Correa.

El ministro ofrece un programa de mentorías que, más mal que bien, inició hace algunos años, cuando él formaba parte del pasado gobierno, y que llegó a funcionar a duras penas. También ofrece terminar de profesionalizar a 23.000 profesores en la Universidad Nacional de Educación, (UNAE) y continuar inaugurando unidades educativas.

No dice Falconí quién en la UNAE está educando a nuestros futuros y presentes profesores de escuela y colegio, y resulta difícil saberlo por cuenta propia. El sitio web de la institución apenas nombra a sus autoridades, sin informar sobre sus hojas de vida y publicaciones (podría ser porque en su mayoría no provienen de universidades prestigiosas y tampoco están indexados en bases de datos que garantizan un mínimo de rigor científico, como Scopus).

El ministro tampoco nos menciona cómo van a profesionalizar a los docentes y llevar a cabo las mentorías. Probablemente no lo sabe, pues el Instituto Nacional de Evaluación Educativa (Ineval) se ha dedicado a medir los resultados de nuestra anomia educativa en lugar de indagar de manera interdisciplinaria y concertada con los diferentes actores hacia dónde queremos ir y cómo, y lo que buscamos alcanzar en materia educativa.

En su carta, Falconí afirma que “transformaremos la idea del distrito educativo. Este será amigable y se convertirá en aliado del docente. Dará atención cálida y de calidad a la ciudadanía”. Parece marcar distancia al admitir que los distritos educativos no son amigables ni aliados de los profesores, a quienes sus antiguos compañeros políticos iban a impulsar a través de cambios revolucionarios.

Pero, al repetir términos –calidad y calidez– que se usaron por años como mantra en los documentos oficiales, es posible suponer que con Falconí habrá más de lo mismo.

Mientras este tipo de gobiernos se rehúsen a buscar y convocar a verdaderos y experimentados pensadores e investigadores educativos, a sentarse siquiera en la misma sala con ellos, poco significa esta especie de campaña publicitaria. El ministro seguirá, como sus antecesores, dando palos de ciego mientras juega a convencernos de que ahora sí la educación estará mejor.

La realidad es que tenemos ausentismo tanto estudiantil como docente, en gran parte porque el ministerio no ha sido capaz de crear un sistema de reemplazos temporales; índices de lectoescritura que a Falconí no le dejarían dormir si se tratara de sus propios hijos; y un trato inhumano a estudiantes, por suerte no generalizado pero sí abundante, que recién se deja entrever en los escándalos de abuso sexual en el interior de las instituciones educativas y que falta por terminar de destapar.

El Ministerio de Educación tiene que no solo reclamar una adecuada rendición de cuentas tanto a la UNAE como al Ineval, sino hacer una genuina introspección sobre su propia capacidad de responder de manera responsable a los retos que se propone. (O)