Nuestra democracia está atrapada por la corrupción, desde que una de las campañas electorales del expresidente Correa habría recibido financiamiento de Odebrecht, protagonista del más grande escándalo de corrupción nacional de todos los tiempos.

Cuánta diferencia con Chile, país líder en probidad en América Latina, un modelo de Estado democrático, económico y social. Cuán distinto el escenario ecuatoriano para atraer inversiones extranjeras importantes de largo plazo y no golondrinas. Lo comento en consideración del grave problema económico del país, constituido especialmente por la descomunal deuda contraída por Rafael Correa, quien hizo oídos sordos a toda advertencia de especialistas y del sentido común.

Al igual que con el kirchnerismo en Argentina, el correato es sinónimo de corrupción y de destrucción económica, que también impregnó a Alianza PAIS, agrupación que debería desaparecer. Es lo que les conviene a aquellos militantes que no se mezclaron en las corruptelas (ora porque “no hubo cama para tanta gente”, ora porque se resistieron…, ora por falta de oportunidad); y no es buena su identificación con otros miembros de la organización verde flex percibidos y percibidas como oportunistas que rápidamente amasaron y exhiben riquezas sospechosas, prevalidos y prevalidas, cínicos y cínicas, labiosos y labiosas aprendices de cuatro o cinco líneas de un texto, repetido en cualquier ocasión para responder el reproche ciudadano.

Fue en Argentina donde aparecieron esos discursos defensivos, concebidos por la cúpula del kirchnerismo, individuos audaces que repetían aquellas letanías sobre las manos limpias, mentes lúcidas, corazones ardientes y loas a los “logros de la década ganada”. Acá hablaron de valores de la Constitución, pero silenciaron frente a propuestas de leyes y reglamentos del expresidente Correa que la infringen. No faltaron alusiones a la patria grande e inclusiva mientras se discriminó a personas de toda edad, sexo, condición económica o ideología. Así fueron insultados por Correa, en sábados y martes de cada semana –y en cualquier día– o fueron perseguidos quienes denunciaron actos de corrupción y cuando le enrostraron su pésimo manejo de la economía.

Cristina Fernández también negaba cínicamente la existencia de la corrupción, la crisis económica y el desempleo, pero con un inferior nivel de cinismo que el ejercitado por Correa y sus incondicionales. Cristina como Rafael insultaban la inteligencia de la gente y la recriminaban, cuando se empezaba a creer en la presencia de la ruina económica gracias a la información de los medios de comunicación que los desmentían.

Ambos mandatarios aplicaron ajustes a la economía, pero en especial sobre el sector privado, agobiándolo con altísimas cargas tributarias y controles excesivos al comercio. Tanto que hoy pocos en el país niegan que la actividad económica está lenta y descendió la demanda de puestos de trabajo. Por eso la preocupación en el comercio, industria, trabajadores, familias y consumidores nos obliga a observar el grado de destrucción del aparato productivo de Venezuela y Argentina, provocado por el populismo chavista y kirchnerista.

Concuerdo con el periodista Roberto Cachanosky cuando culpó a los populistas de la destrucción económica argentina: el populismo utiliza al sector productivo para mantener a los improductivos (“beneficiarios” de planes sociales y afines en puestos públicos). Finalmente, se aniquila ese financiamiento, los populistas se van, otro reconstruye y la generosidad populista será recordada por “todos y todas”. (O)