Alimentado por la triste y no tan certera idea de que el término (y con ello la realidad) literatura ecuatoriana es una quimera, una contradicción, un divorcio histórico, una imposibilidad incuestionable del azar; hoy esgrimiré, acaso con la persuasión del mar, mudo, un elogio. Me valdré para ello de dos escritores, quizá no de la primera línea como Vásconez o Valencia, y que son desconocidos para algunos, incluso tanto como los ya mencionados. Diego Oquendo y José Luis Garcés, poetas por esencia, mas no por el accidente de dedicarse a ello a tiempo completo o no, tienen palabras que compartir, palabras revestidas por el artilugio de lo artístico.

Oquendo nos transmite su Revelación, también fundamento importante de las relaciones humanas. “No estoy solo, nadie está solo. / La angustia, la risa, los sueños, / forman parte de otra angustia, otra risa y otros sueños. / Y la esperanza es fecunda porque germina aquí, allá y / más allá. / En todos los sitios”. A más del delicado uso de las rimas, de la estocada que supone “más allá”, el poema efectivamente se desenvuelve ante nuestros ojos. El paso del yo al nosotros es el paso de la resignada soledad al poder ser comprendido. Su revelación es un amanecer.

José Luis Garcés, en su reciente poemario: Mujer Ciudad (2017), nos transmite esa serie infinita de dolores y pasiones que genera el amor, y todavía más, el desamor. Con Casi nos traspasa, capaz nos renueva la experiencia, de “lo-que-pudo-ser-si”. Garcés no se aleja en este poema, como en el resto de la obra, de un fin dócil a lo triste. Como si el amor fuera una espera sin retribución. “(…) Casi nos encontramos sin pretexto / siendo complemento / casi me miras entre canciones / casi dejas de ser verso // Casi llegas / casi escapo // Casi nos vemos / casi… / casi olvidamos”.

Siempre podrán aludir que la poesía es misteriosa. Que no encuentran una rima estructural, clásica, del estilo ABAB. Que ustedes mismos han escrito poesía por despecho o nostalgia, por aburrimiento o inspiración. Pero una cosa es pasar por un momento de inquietud a causa de una idea, un recuerdo o sentimiento, y otra es esa necesidad vital de escribir. De ser escritor o ser cualquier otra cosa. Ambos, Oquendo y Garcés, son de esa primera raza. Raza que sí existe en Ecuador, y sobre la que debemos reflexionar. ¿Por qué no leemos literatura ecuatoriana?

Luego de atravesar esta motivación y de encontrar (espero) alegrías encubiertas tras algunos versos, volvamos la vista una vez más al encuentro de lo cotidiano. Teniendo presente que el poeta escribe “arrastrado por el ritmo de las cosas exteriores” (Rilke), que de lo cotidiano extrae la llama para el “incendio” al que se refiere Huidobro, que el poeta es el hombre que ha conservado los ojos de niño (Daudet). Finalmente, me despido con una estrofa de Aula, que se encuentra en la recopilación “En búsqueda de los cantos perdidos” del mismo Oquendo: “… Pero los pájaros también nos aleccionan: / luego de integrarnos con el infinito / debemos bajar nuevamente a la tierra”. (O)