¿Quién se acuerda de los complementos a la hora de formular una idea que viene en vestido de oración? ¿Quién diferencia una oración de una proposición, de un sintagma? ¿Quién anota el rasgo específico de un modificador de un sustantivo del que puede tener un determinante? Algunas memorias evocarán las torturantes clases de gramática de los años escolares, muchos corroborarán la sospecha de que buena parte de los conocimientos primarios no sirve para nada.

Lo cierto es que manejamos el idioma de una manera que nos presenta tanto como el vestuario o los modales. Desde mirada más atenta, exterioriza creencias, ideologías, fortalezas o debilidades mentales. Saca a la luz procedencia regional, género, edad, formación académica. El molde invisible que llamamos “personalidad” se vuelca en nuestra habla.

Esos usos siempre van de menor a mayor de manera espontánea, pero ganan buen trecho dentro de los andariveles del trayecto educativo. Bajo la batuta de buenos profesores, dentro del haz iluminado de las lecturas, en ambientes de cuidadosa orientación, el uso de la lengua madre se convertirá en una herramienta poderosa de comunicación.

En lo de “cuidadosa orientación” entran los libros especializados, los de consulta frecuente. Quien es afecto al diccionario –ahora más cercano que nunca en la aplicación que puede tenerse en los teléfonos celulares– irá enriqueciendo su vocabulario al ritmo del encuentro con las palabras, en ese procedimiento mental tan gimnástico que permite ejercicios de ágil y amplia utilización. Hay algo de extraño encantamiento en la filiación con los vocablos, tanto que algún poeta cuyo nombre no recuerdo, lo describió como el sabor de “caramelos en la boca”.

La estructura de la oración española cuando viene en orden es muy clara: sujeto con sus modificadores, predicado con sus complementos. Dentro de una lógica básica, hablamos de alguien, decimos cosas sobre ese alguien. El problema es que precisamente por elemental, ese ordenamiento no calza con nuestras intenciones comunicativas, entonces se organiza de manera libre, gira en torno de las ideas y se acuna dentro del estilo de cada hablante. Y nos exige cierto saber, una especie de olfato natural para identificar lo que es perla estilística de lo que podría ser simplemente yerro, oscuridad.

Podría afirmarse que en gran cantidad de veces apuntamos hacia el complemento directo, es decir, a ese segmento oracional en el que decimos “algo” de un sujeto: Cervantes escribió un libro. Lo que importa es aseverar con contundencia una acción del verbo, y de los verbos transitivos (noción que ya exige otro concepto). Así vamos por la vida, blandiendo complementos directos por encima de la verdad o la mentira. Como este, muchos son los razonamientos que acompañan a la gramática.

Porque aquí está el quid del asunto. En que “la gramática enseña a exponer ideas, pero sobre todo a generarlas”, como dice el periodista español Álex Grijelmo. Por eso él plantea la posibilidad de una “gramática descomplicada”, yéndose contra todos los lingüistas y gramáticos que han hecho tan engorroso el estudio del corazón y latidos de la lengua.

Bueno es anunciar que Grijelmo, con toda su creatividad metodológica y agudeza periodística, es otro de los invitados a la Feria Internacional del Libro del presente año. (O)