Como la dolarización es tan popular, todos hablan de defenderla y con ese pretexto han introducido restricciones a las importaciones y a los movimientos de capital, medidas que son innecesarias y perjudiciales. Los nuevos funcionarios ya han anticipado nuevas restricciones a las importaciones.

Muchos se lamentan por no poder realizar un ajuste frente a los shocks externos mediante una devaluación o depreciación de la moneda, asumiendo que así sería menos complicado. Pero eso es muy cuestionable.

Hay dos vías para realizar un ajuste –ya sea la caída del precio del petróleo y/o la apreciación del dólar–: vía depreciación del tipo de cambio y mediante deflación de precios internos. El economista Juan Ramón Rallo explica que mientras que con una depreciación se reducen proporcionalmente todos los precios internos de una economía y se encarecen proporcionalmente todos los precios externos, con un ajuste interno (deflación interna) se reducen selectivamente solo algunos precios.

La diferencia tiene efectos importantes. Con una depreciación de la moneda nacional, el peso de las deudas se incrementa súbita y dramáticamente. Consideremos lo que ocurrió en Rusia durante 2014: el tipo de cambio pasó de 36 rublos por dólar en agosto a 74 en diciembre. Esto implica que las deudas denominadas en dólares del Gobierno, los bancos y las empresas rusas se volvieron doblemente pesadas y esto agravó la crisis. Estas depreciaciones también tienden a desatar una fuga de capitales, que muchas veces suele convertirse en una crisis cambiaria que luego deriva en una crisis financiera, como bien lo explica Manuel Hinds refiriéndose a las crisis de Asia, Brasil y México. Las depreciaciones, además, en países con monedas que no son de aceptación universal suelen derivar en más inflación y en tasas de interés más altas.

Rallo agrega que “la depreciación destruye la división internacional del trabajo –cada mercado se repliega y se rompen los lazos comerciales con otros países– y empobrece a los individuos que generan un mayor valor añadido a cambio de que el resto no se empobrezca tanto (mediocridad). Por el contrario, la deflación interna empobrece únicamente a aquellos que han dejado de generar valor y todavía no se han reorganizado y premia a quienes sí lo han hecho (excelencia)”. Esto implica que aquellos exportadores que son realmente competitivos, no dependen de determinado tipo de cambio. Por eso es que a pesar de un dólar que se aprecia, hemos visto que las principales exportaciones no petroleras del país continúan prosperando: banano y camarón.

El economista Anders Aslund demostró cómo los países bálticos Estonia, Letonia y Lituania –todas economías pequeñas, abiertas y atadas al euro– se recuperaron rápidamente de la crisis que tuvieron en 2008 sin una devaluación o depreciación. Estas economías registraron déficits de cuenta corriente (que incluye a la balanza comercial) muy superiores a cualquier déficit registrado en Ecuador durante la última década (Letonia en 2007 tuvo un déficit de 23% del PIB) y mediante reducciones importantes de salarios y del gasto público lograron volver a crecer en dos años.

Todas estas cosas no las ven quienes conducen la economía y siguen enfocados en un objetivo tan obtuso como el saldo de la balanza comercial. No olvidemos que en los peores años de la economía ecuatoriana en la historia reciente (1999 y 2000), la cuenta corriente registró un superávit. (O)