El ego es, desde el punto de vista de la psicología, un elemento de la personalidad que permite al individuo reconocerse como tal y tener conciencia de su identidad. Es la instancia mediadora entre la persona particular, los instintos propios a la condición humana y los ideales, igualmente consustanciales a la naturaleza de las personas. Es una especie de filtro que regula la relación entre la parte instintiva, que a veces puede revestirse de destrucción, y el ámbito de los principios morales forjados en la cultura como referentes y objetivos a alcanzar. Desde otro enfoque, mucho más utilizado en la cotidianidad, el ego es comprendido como el exceso de autoestima o valoración personal, siendo esta acepción la que inspira este texto.

El cristianismo considera que el ego desbordado es sinónimo de vanidad y autosuficiencia, que son actitudes que producen enfrentamientos y dolor, siendo en consecuencia, comportamientos que atentan a la sostenibilidad social. Si el ego de las personas es determinante en las relaciones humanas, la convivencia se resuelve desde la imposición del más fuerte. El cristianismo plantea que la palabra sagrada es el referente ideal que debe guiar la vida y que al mismo tiempo que atenúa el egoísmo, potencia la humildad, la solidaridad y el amor al prójimo. El budismo propone que es preciso dominar el yo y superarlo a través de procesos de desprendimiento de la vanidad y alejamiento de los deseos. Para el taoísmo, la superación del yo es una exigencia para transitar el camino de la trascendencia.

Muchos pensadores, en todos los tiempos, han expresado sus criterios sobre el egoísmo como actitud perfectible socialmente. “El egoísta tiene su corazón en la cabeza”; “el egoísmo no es el amor propio, sino una pasión desbordada por uno mismo”; “el servicio sin humildad es egoísmo”… Einstein en uno de sus libros que recopila su pensamiento social y filosófico manifiesta que “el verdadero valor de un hombre se determina según una sola norma: en qué grado y con qué objetivo se ha liberado de su yo”. Así, la búsqueda de la trascendencia individual exige la superación de los estrechos límites del ego para recorrer los grandes espacios de la cultura y de la naturaleza que son el entorno en el cual evolucionamos las personas.

Como otras tantas columnas personales, esta es producto de un aspecto abordado en las aulas universitarias. En esta ocasión, la temática fue el libro de Weber El científico y el político que analiza, entre otros, aspectos de la ética del investigador científico y la ética del político. La comprensión colectiva, en el aula, del grupo que trató este tema fue que el investigador científico está motivado por la descripción de realidades externas a su yo; y que el político y, en gran medida, los pensadores sociales están impulsados por la intención de conseguir la adhesión a un aspecto de su yo, que se presenta como una idea que requiere ser validada. En el primer caso, hasta cierto punto, el yo no tiene un rol preponderante; en el segundo, el yo es la esencia de las ideologías y las proposiciones de cómo debe ser el mundo. (O)