Ecuador nació con dueño, el general venezolano Juan José Flores que durante quince años impuso su voluntad sobre esta entidad que se llamará, sin serlo, República. Tan dueño era que encargó la presidencia por cuatro años a su mayor adversario, Vicente Rocafuerte, mientras se dedicaba a hacer versos. Retomó el mando en 1839 y pretendió quedarse para siempre, pero fue derrocado por la Revolución Marcista, en un intento por instaurar la República. Este civilista propósito fue archivado cuando José María Urbina copó todos los poderes. Este general al terminar su gobierno logró que se nombrara a su compadre Francisco Robles, que fue incapaz de terminar su mandato. El urbinato terminó tragado por una monumental crisis que estuvo a punto de engullir también al país, pero se yuguló con la emergencia de un nuevo dueño, Gabriel García Moreno. Para mantener las formas constitucionales este procuró dejar un sucesor, que después ya no le gustó, lo derrocó y nombró a otro. Este tampoco le gustó, lo tumbó y volvió a asumir su casi omnímodo poder. Igual quiso perpetuarse en su oficio, pero una andanada de machetazos cortó su pretensión.

Tras el magnicidio, se hace otro intento republicano, pero un nuevo dueño se erige en seguida. Es el general Ignacio de Veintimilla, también llamado el Mudo, que quiso quedarse sin recurrir al artilugio del sucesor. Se lo derribó retomando la idea de inaugurar la República y vienen los presidentes progresistas. El primero de ellos, Plácido Caamaño será, incluso mientras gobernaron sus ilustrados sucesores, quien reparta las cartas en ese juego. La revolución alfarista tenía dueño, por eso se llamaba así, y don Eloy acabó siéndolo del país. Su sucesor no le gustaba para nada, pero lo dejó terminar. No así a quien lo siguió, al que le propinó un golpe de Estado. El caudillo radical se fue del poder a malas y su tentativa de volver terminó trágicamente. Para entonces ya era muy poderoso el más singular de los dueños, puesto que no ejerció nunca la presidencia: el banquero Francisco Urbina Jado, cuyo reino terminó sin sucesión con la Revolución Juliana.

Desde entonces la figura del dueño del país cayó en desuso. Velasco Ibarra pudo apenas terminar un periodo y, aunque en 1956 lo intentó, jamás su poder se perpetuó más allá de eso. Febres-Cordero hizo un mandato duro y después tuvo mucha fuerza a través de las cortes, pero llamarlo dueño era hiperbólico. Por ejemplo, nunca pudo imponer otro presidente, ni se dictó su propia constitución, porque estas entre otras fueron características de los “dueños del país”. Con la Revolución Ciudadana volvieron las peores prácticas del siglo XIX y las mayorías cedieron a la atávica pulsión por sentir un patrón encima. El mandamás escogido tuvo todo lo que caracterizó a los caudillos decimonónicos, ahora vamos a ver cómo procede con su sucesor, ¿hará versos como Flores?, ¿lo tolerará de mala gana como Alfaro?, ¿o, como García Moreno, se lo quitará de encima apenas dé muestras de querer pensar por sí mismo? (O)