Un dato en la prensa me llama la atención: la malnutrición en Ecuador tiene un costo anual de 4.344 millones de dólares, según un estudio presentado por el Gobierno ecuatoriano y organismos internacionales, como el Programa Mundial de Alimentos y la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal).

Hay otras cifras, según la Encuesta de Condiciones de Vida del 2014, el 23,9% de los menores de 5 años padece desnutrición crónica. El problema es más grave en las zonas rurales: 31,9%, mientras en las áreas urbanas es de 19,7%.

El actual Gobierno y los anteriores de una manera u otra se han preocupado del problema, con magros resultados o con buenos resultados, y el problema persiste. En este punto, recuerdo un hecho que me impactó hace algún tiempo, mientras atravesaba el puente que une Urdesa con el centro comercial Albán Borja: vi a una mujer sentada en la acera, con aspecto de gran decaimiento. Cuando volvía hora y media después, estaba caída. Me acerqué, le hablé, apenas podía emitir murmullos, le dije que la podía llevar al hospital, movió la cabeza con desánimo, pedí a un jardinero que trabajaba cerca que me ayudara a subirla al vehículo y me acompañara al hospital Luis Vernaza. Llegamos a la emergencia, pedí ayuda. Se la brindaron de inmediato, obviando los trámites burocráticos, puesto que no había información, no podíamos decir su nombre, su dirección, ni aportar nada al respecto, entendieron que eso podía esperar. La examinaron, hicieron algunos exámenes rápidos y me dijeron que la señora estaba en estado de inanición, que probablemente no había comido algunos días. La ingresaron y cuando volvía a dejar al jardinero al lugar en el que estaba trabajando, tal como se lo ofrecí, él hizo un comentario que me impresionó mucho, me dijo con el tono que da la experiencia: “Yo sí pensé que era eso, porque así se pone uno cuando no come”. Confío en que ya no haya entre nosotros casos como estos, pero lo he relatado para que pensemos hasta el extremo que puede llevar la malnutrición o la desnutrición y que tenemos que trabajar de manera urgente para que lo que gastamos en las consecuencias lo dediquemos a evitar que exista.

Las causas del problema son múltiples, pueden ser biológicas, ciertamente, pero en la mayoría de los casos son producto de una realidad económica, social y cultural, y para solucionarlo hay que trabajar en las causas. Quizás si los diversos aspectos del plan de desarrollo giraran alrededor de ese problema, entenderíamos mejor que las decisiones relacionadas con la economía, con la producción agrícola o industrial, con la educación, son determinantes para alcanzar la solución. Entiendo que si se toman medidas que fomenten la inversión productiva, habrá más empleo y que si hay más empleo, habrá menos gente mal alimentada y que si la educación incluye el conocimiento del propio cuerpo, sus necesidades y cuidados, se elegirán los alimentos con otro criterio. Quizás entonces no habrá niños con desarrollo deficiente, ni adultos que padecen de inanición, y podremos decir, con certeza, que estamos rumbo al desarrollo, que empieza en el de los seres humanos. (O)