“¿Se va porque queremos que se vaya?”. De ninguna manera. Se va porque él quiere y ahora que todavía puede. Cuando la crisis amaine en su ausencia, solo entonces se dará la media vuelta. Porque si él hubiera querido, tenía todos los poderes del Estado para prolongarse indefinidamente en el mandato de un pueblo que ama los amos, como lo acaba de demostrar en las recientes elecciones y poselecciones. Un pueblo con el que estableció una apasionada relación de amor y odio, siguiendo las letras de José Alfredo Jiménez, el inmortal poeta del machismo vigente por encima de traiciones y desamores.

“¿Nos soltó la rienda?”. Aparentemente. Porque aparentemente se le acabó la fuerza en su mano izquierda. Pero le queda su derecha, aunque en realidad siempre fue ambidiestro como corresponde a los populismos latinoamericanos que se declaran socialistas del siglo XXI. Por el momento nos deja “la mano tendida” (¿izquierda o derecha?) del sucesor, supuestamente afable pero en realidad indescifrable, porque en las tarimas ha demostrado igual talento para el sarcasmo triunfalista y vindicativo. Un talento para gobernar “los mundos sutiles, ingrávidos y gentiles, como pompas de jabón”, según otro poeta que le gusta al sucesor.

“¿Seguirá siendo el rey?”. Por supuesto, si ese es su deseo. Un deseo que pasa por el amor al poder y al control ilimitado. Como él nunca pierde, cuando sus encuestas lo garanticen y las circunstancias le sean propicias, volverá para ser el mejor alcalde que tendrá Guayaquil de aquí a la eternidad. Sin duda podrá lograrlo, ahora que su partido se “costeñizó” y ante la evidente, inconfesada y poco digna decadencia del cacicazgo socialcristiano. Para servir a los pobres de su terruño, y para realizar su novela personal contra los ricos que lo ignoraron en sus años mozos, a lo Heathcliff de Cumbres borrascosas.

“¿Podrá sacar juventud de su pasado?”. Todo el tiempo, hasta que tenga el pelo completamente blanco. Desplegando una locuacidad imparable y una hiperactividad inagotable, aunque no siempre productiva. Pero sobre todo, podrá sacar juventud de los jóvenes petimetres que lo rodean, a los que endiosó hasta las nubes de su ineptitud. Un endiosamiento que deconstruyó una posibilidad inédita de hacer país, desestimando la sabiduría y la experiencia que solamente aportan los años y el aprendizaje de los errores propios y ajenos. Porque quienes no aprendemos de la Historia, estamos condenados a reelegir y a ser reelectos indefinidamente.

“¿Ojalá que le vaya bonito?”. Indudablemente, porque se lo merece después de diez años de trabajos forzados. Que sea feliz, feliz, feliz, es todo lo que pido en nuestra despedida (aunque esa no es de José Alfredo sino de Consuelito Velázquez). Que lo sea en unión de su linda familia y de sus perros cordiales. Que encuentre la paz en esa Bélgica sorprendente dividida entre flamencos, valones e inmigrantes, que hace algunos años pudo sobrevivir muy bien durante 500 días sin un gobierno central. Allí quizás aprenda que la democracia se construye en la tolerancia, y que la institucionalización de un país no requiere de muchos edificios ni de hiperplasia burocrática. Aunque lo dudo, porque algunas estructuras subjetivas no cambian mucho, solo aprenden a disimular. (O)