En excelente muestra de que las instituciones no cuentan, todas las expectativas se centran en el estilo del nuevo gobernante. Se espera que, casi por arte de magia, todos los males desaparezcan gracias al carácter bonachón, a la respuesta en tono de humor terapéutico y a las frases tomadas de un manual de autoayuda. Después de diez años en los que el país ha dependido de una sola voz, de una sola voluntad, no es raro que se suponga que el relevo personal vaya a producir cambios sustanciales. Por ello, tanto opositores como partidarios de Lenín Moreno consideran que el suyo será un gobierno muy diferente al de Rafael Correa. El talante sería el factor no solo determinante, sino prácticamente único en esa diferencia.

Retomando lo dicho en una columna anterior, es conveniente considerar que no se debe descartar la importancia de las características personales en la práctica de la política. No deja de ser significativo el cambio de un personaje agresivo, que acude al insulto para rehuir el debate, por alguien respetuoso y dispuesto a escuchar. Obviamente, eso puede ayudar a instaurar un ambiente alejado de la confrontación a la que nos acostumbró el liderazgo correísta. Pero ese resultado positivo tiene por lo menos tres límites que pueden aparecer en tiempos relativamente cortos y que sobrevuelan como los fantasmas de Carondelet tan temidos por un expresidente.

El primer fantasma es su propio antecesor y mentor. Él deja marcadas las líneas rojas de las que Moreno no podrá salirse a menos que esté dispuesto a la lucha frontal. Para comprender lo que espera del nuevo presidente basta ver las minuciosas instrucciones que constan en los libros preparados para la transición (http://www.planificacion.gob.ec/transicion-2017). Al menor desvío acudirá a la primera palabra de su diccionario y lo tratará de traidor. Es un fantasma de carne y hueso que no estará dispuesto a permitir que diálogos y acuerdos con enemigos acaben con la misión que le encomendó la providencia.

El segundo es la cohesión de su propio partido o, más bien, las diversas tendencias y corrientes que coexisten allí. Es difícil imaginarlo poniendo orden cuando aparezcan con crudeza las disputas por los pequeños y los grandes espacios de poder entre las viejas guardias izquierdistas y las no menos añejas socialcristianas, entre los tecnócratas de última hora y los agitadores de la calle, en fin, entre los moros y cristianos que han convivido gracias a los beneficios de la bonanza y al ojo vigilante del gran hermano. Saber cuántos de ellos trabajan en su contra será tarea a comenzar desde el primer día.

El tercero es la oposición que, invadida de desconfianza y de sospechas, no cree que el abrazo anunciado sea sincero. El problema es que a esta la necesitará calmada y comprensiva para que funcione el ajuste que deberá hacer. Tendrá que entenderse con los gremios y tolerar las protestas en la calle, lo que por carambola provocará la ira del primer fantasma y agitará a los del segundo. Hasta ahí llegará el estilo. (O)