¿Somos lo que somos cuando nadie nos observa? Vamos por partes, pues resulta difícil tener en sano equilibrio el realismo, la sensualidad, el sentido del humor, la capacidad para soñar, la intuición, la empatía, la resistencia al dolor. Tener el sentido del humor no significa tan solo apreciar un chiste, sino saber reírnos de nosotros mismos, encontrar el lado pintoresco de seres y cosas, se basa en una constante introspección, despiadada forma de controlar nuestro ego, pues cuando el yo se desborda nacen dictadores, tiranos, fanáticos, fundamentalistas. El sentido del humor no siempre anda despierto, podemos de repente comportarnos de un modo estúpido. Ciertas personas son impermeables al humor negro, al humor absurdo, pero si el humor puede desdramatizar la vida suele también provocar graves angustias. Robin Williams (Patch Adams) es un claro ejemplo; el comediante Diego Parra se lanzó desde un octavo piso. Hay carcajadas que terminan en sollozos, los humoristas son a veces seres depresivos, por ello se habla del humor como una forma de llorar al revés.

Quien clama: “Usted no sabe quién soy” es tan solo un idiota que perdió el control de su ego. Cualquier ser pensante conoce su propio tamaño, se sabe mortal, perecedero, insignificante. Si perdemos el control de nuestra personalidad podemos convertirnos en explotadores miserables, ajenos al dolor de los demás, el egoísmo sigue siendo trampa abierta. Parte del sentido del humor conlleva facilidad para ponernos en la piel de cualquier ser humano, hasta de cualquier animal domesticado. Vivimos en un planeta que se muere de desamor, el espíritu no está de moda sino la materia prepotente. Reinas y reyes tienen que ir al baño, los años nos van despojando, deshojando, caminamos hacia un final inevitable sin saber cuándo, cómo, dónde se producirá el desenlace. De poco nos sirve ir a los velatorios si salimos pensando que solo los demás se van muriendo. Vivir a plenitud es la meta anhelada, poder soñar con los ojos abiertos, amar con locura sin perder la razón, coquetear con el filo de los abismos, lanzarnos desafíos, domesticar nuestras eventuales ambiciones, convencernos de que todo lo que creemos poseer nos puede poseer a nosotros, que debemos buscar riquezas que no tengan un valor material, siendo ello el propósito del humanismo. La televisión ha mermado el tiempo que muchos dedicaban a la lectura, nos ha esclavizado, la calidad se ha desmejorado, es impensable ahora imaginar que un canal pueda ofrecer un ballet de Tchaikovski, una sinfonía de Beethoven, la vida de Pedro el Grande, la extraordinaria serie Civilizaciones. Entre la violencia, la prensa rosa, las telenovelas, no queda espacio para el alma.

¿Somos realmente normales o nos hemos robotizado, convirtiéndonos en compradores compulsivos, con un celular pegado al oído, el WhatsApp hiperactivo (990.000 usuarios en el mundo)? Me cuesta recordar la emoción que nos embargaba al recibir una carta manuscrita con firma femenina y la huella escarlata de un lápiz de labios. “Cuando el poder del amor supere el amor al poder, el mundo conocerá la paz”, dijo Jimmy Hendrix, el héroe de Woodstock. (O)