Miles de personas han salido a las calles en Venezuela, Argentina, Brasil, Paraguay, Ecuador... en mayor medida, y en casi cada uno de los países latinoamericanos, expresando el cansancio, el hastío, el fastidio de vivir en una democracia dominada solo por la consecución del poder y el mantenerlo a cualquier precio y costo. El cinismo primero de los gobernantes culmina casi siempre en represión, heridos, detenidos y muertos. Instituciones locales erosionadas en su credibilidad y muy dependientes del capricho del Ejecutivo de turno, solo sirven para enardecer aun a las masas antes que para resolver los problemas; llevan a convertir las calles en verdaderos foros donde la democracia explota y grita aquello que no ha podido conseguir por las buenas.

A las masivas muestras de fastidio a la corrupción brasileña les vino el auxilio de una justicia que ha decidido tornar confiables a las instituciones democráticas. En otros, los gobiernos no parecen inmutarse a pesar de las gigantescas muestras de repudio, como las vistas en los últimos días en Caracas o Asunción. La caradurez de los gobernantes está empujando al despeñadero a muchas de nuestras democracias sostenidas débilmente por actos rituales, pero ausentes de respeto y valoración del credo mismo. Es imposible entender cómo el Gobierno venezolano aun puede pretender hacer creer a su pueblo que tiene el control de las cosas cuando vemos escenas llenas de ira a las que responde Maduro con grupos armados, con uniforme y sin ellos, que atacan y disparan contra los manifestantes. En este momento el país caribeño ha dejado de se r una nación democrática para convertirse en un Estado fallido al que solo le queda asumir la condición de dictadura y buscar someter a su pueblo, cuya exclamación de resistencia nos deja a todos anonadados.

En Paraguay, un gobierno que ha comprado un Senado, cuya mayoría “coyuntural” se pone de acuerdo en violar normas mínimas de reunión y cuestiones de fondo que hacen al marco constitucional, pasando un proyecto de enmienda cuando el camino es la reforma, acaban en la furia de una ciudadanía harta. El Gobierno responde con un cinismo que en vez de calmar los ánimos los solivianta aún más. Al gato escaldado no le gusta el agua fría, y con represión y muerte solo ha conseguido poner al gobierno de Cartes contra las cuerdas, en donde solo quedan dos opciones: o establece las condiciones de un gobierno autoritario o acaba fuera del mismo. Cuando las instituciones no responden como debieran, solo queda la fuerza para dirimir posiciones; y eso cabe para un gobierno calificado de izquierda, como el venezolano, o uno de derecha, como el paraguayo. La cuestión es acabar con la poca institucionalidad, consolidar el poder, abusar de este y despertar la ira de una población harta de compromiso y gestión para sus intereses, a la que ahora matan no solo en las calles sino en los locales partidarios, casas, también en hospitales desabastecidos y en escuelas vaciadas de instrucción.

Las manifestaciones de repudio hoy suenan cada vez más fuerte. El desagrado y repudio a la manera de gobernar no encuentra en el Congreso o en la Corte capacidad de respuestas en países donde el contrato firmado con la Constitución de fondo es letra muerta y solo sirve para provocar una mayor furia que conduce a los países al caos y la anarquía.

Las manifestaciones constituyen hoy la nueva narrativa política en varios países del continente. (O)