Las campañas electorales se parecen mucho a los baratillos de pueblo, a esos en los que el vendedor en busca de clientes empuña un megáfono y anuncia la maravilla curativa, la poción mágica que cura todos los males, desde el cáncer hasta la indigestión, desde la escoliosis hasta la faringitis. Las personas que pasan por el lugar se acercan atraídas por la voz que promete, a veces la voz se alterna con una música pegajosa que llama la atención y cuando hay suficiente audiencia, el vendedor hasta muestra testimonios de quienes dicen haberse curado de los males más diversos.

Generalmente, quienes se acercan y se asombran ante los testimonios son personas que tienen poca información sobre los males, sus orígenes, sus síntomas, su posible curación, saben eso sí que ya no aguantan más, que no tienen dinero para seguir un tratamiento quizás largo, que lo que más anhelan es cambiar su situación. No preguntan, no cuestionan, si en algún momento dudan, se dicen que no tienen mucho que perder y que quizás es su última oportunidad. El vendedor lo sabe, cuenta con eso y gana la venta de su producto. El comprador parte ilusionado y, poco después, muchos no logran entender por qué el remedio no dio resultado.

En uno y otro caso se cuenta con que la mayoría de las personas no tiene conocimientos previos y ciertos de la situación, no conoce el origen de los males, ni los síntomas, ni su posible curación y no está acostumbrada a pedir explicaciones porque tampoco se le da la oportunidad de hacerlo. El megáfono es del que quiere convencer a la multitud. El vendedor y los candidatos viven en un continuo monólogo y esperan no ser interrumpidos, cuentan con eso, suponen que así será y que quienes los escuchan no necesitan, no quieren y no entenderán una explicación. Ambos, candidato y vendedor, abusan de la credulidad de sus oyentes y dan por hecho que no deben perder el tiempo en explicaciones, que basta con los enunciados. En el fondo se siente un menosprecio del otro a quien dicen que quieren servir.

Hay excepciones, por supuesto, hay vendedores y candidatos que respetan a los demás, que saben que las personas no deben ser utilizadas, que merecen respeto y todos los argumentos que respaldan sus ofertas. A los ciudadanos nos corresponde encontrar las diferencias entre unos y otros y entre la propaganda y la realidad. También nos corresponde exigir que las oportunidades de plantear sus propuestas sean iguales y que se cumpla la ley al respecto. Y sobre todo, que no traten de obtener nuestros votos descalificando al contendor, a veces, incluso, con afirmaciones no ciertas. Todo esto para defender uno de los derechos característicos de la democracia, el derecho al sufragio, que es mucho más que depositar un papel en una urna, que es, debe ser, la expresión, libre y meditada de nuestra decisión acerca del país, el gobierno y el gobernante que queremos. Los baratillos son un obstáculo para esto porque lo convierten en una farsa.

(O)