Está por concluir un periodo de nuestra historia. Un periodo que comenzó hace una década como una gran promesa y que ahora está por finalizar como una gran mentira. Como ninguna de las dictaduras que han azotado nuestro país, la que ahora está llegando a su final nos deja sumidos en una profunda crisis económica, política, pero sobre todo ética. El maquillaje de la demagogia revolucionaria ya no puede seguir ocultando sus fracasos. No hay perfume que pare la pestilencia de la rebosante corrupción en la que ella se ahoga, ni cremas que cubran las feas arrugas de la pobreza y desempleo que deja en herencia.

A la dictadura no la va a enterrar la economía, sino la corrupción. Esta es una mala noticia para algunos autoproclamados “técnicos” de la política que parecen pensar con sus bolsillos abiertos. ¿O es que creen que es una coincidencia el hecho de que la dictadura correísta no quiere ni hablar ahora de la consulta popular sobre los paraísos fiscales? Como se recordará, esa consulta fue elaborada para atacar al candidato Guillermo Lasso. Y tenía como trasfondo una supuesta cruzada contra la corrupción. Pero ahora resulta que el oficialismo ha caído en cuenta de que cada vez que habla de combatir la corrupción lo único que hace es perder adherentes. La reducción de los indecisos y la caída visible de las preferencias del candidato oficial van de la mano con las revelaciones que viene haciendo Pareja Yannuzzelli, la lista intraducible de Odebrecht, las citas desvergonzadas en el Swissôtel, y todo ese bochornoso espectáculo de compadres peleados. A lo que hay que añadir la grave denuncia de Dalo Bucaram.

El voto es una de las armas que tenemos para detener a la dictadura de la corrupción. La maniobra de no incluir los votos en blanco y votos anulados en el universo de las votaciones válidas ha sido otra forma de corromper las instituciones republicanas. La Constitución no ha hecho esa diferencia. Un voto inválido podría ser uno falsificado o el de un fallecido, por ejemplo, pero no uno en blanco o uno que el elector opta por marcar un signo de rechazo. Es por esta trampa que la ciudadanía se ha inclinado por votar de manera útil, es decir, adhiriéndose nomás a quien crea con mejor posición.

Esta reacción popular contra la falta de ética en el manejo de la cosa pública y ese cansancio de ser tomados por un pueblo de imbéciles marcan no solo el punto de quiebre del Ecuador con su pasado, sino la esperanza de su futuro. Ya habrá lecciones que aprender, y cuentas que cobrar, para no volver a caer en otros correísmos.

Pero ahora es el turno de los líderes de la oposición de demostrar si están o no a la altura de las circunstancias históricas, o de sus intereses. Esto lo podremos ver el domingo de noche. Para ese entonces nosotros, los ciudadanos, ya habremos dado el primer paso.

(O)