¿Es posible seguir creyendo en las encuestas?, ¿cómo se explica la diferencia de resultados entre las empresas encuestadoras?, ¿cuán veraces pueden resultar las mediciones electorales con tan dispares pronósticos y resultados? Esas preguntas resultan inevitables al analizar y evaluar los informes presentados por las encuestadoras en los últimos días respecto de los resultados electorales del próximo mes de febrero, se encuentran una serie de inconsistencias –por decir lo menos— que no se pueden atribuir a simples errores de cálculo, sino a evidentes intereses comerciales obviamente alejados del verdadero espíritu de las encuestas políticas.

En su momento, las encuestas bien planificadas, concebidas y ejecutadas constituían una invalorable herramienta, facilitando no solo la estrategia de partidos y candidatos, sino también constituyéndose en indiscutible factor de influencia en la opinión pública, la cual utilizaba el muestreo de las encuestas inclusive como guía de orientación política. Nadie puede dudar de que las encuestas manejadas profesionalmente, sin sesgo y sin dedicatoria, pueden sugerir escenarios probables del comportamiento ciudadano, cuando la metodología utilizada es oportuna y científica. Sin embargo, el prestigio y la influencia de las encuestadoras han sufrido serios golpes por una serie de razones y situaciones, tales como el fracaso reciente en la proyección de conocidos procesos electorales, la indiscutible movilidad política, la utilización cada vez más notoria de las redes sociales, así como la desconfianza que generan las encuestas en las nuevas generaciones.

Pero más allá de tales explicaciones, quizás lo que puede graficar de forma más directa el descontrol en el mundo de las encuestas es el hecho cierto de que algunas encuestadoras, aquí y en otras partes, se han dedicado a exhibir números y resultados amañados, distorsionados y sujetos a dedicatorias políticas, alterando números reales, todo esto con el fin de servir a los actores políticos que las han contratado para tales efectos; en otras palabras, las proyecciones se exhiben de acuerdo con los gustos y conveniencias de ciertos candidatos con el fin de sugerir situaciones electorales alejadas de la realidad. De esa forma, no solo se tergiversan las proyecciones electorales, sino que se agrede la naturaleza básica de las encuestas, convirtiéndolas en simples elementos de propaganda política, contadoras de inocentes fábulas como aquella de la carrera de la tortuga y la liebre en la cual salía finalmente victoriosa la lenta y parsimoniosa tortuga.

Por supuesto, siempre habrá la posibilidad de que contra todos los pronósticos y resultados termine la tortuga ganando la carrera, para eso están las fábulas y en ese caso bienvenida la moraleja. Pero no nos equivoquemos, las encuestadoras no están para contar fábulas, sino para proyectar resultados. Cualquier intento en contrario, más que una falta de profesionalismo, es una falta de respeto para aquellos que de forma ingenua siguen creyendo en lo que publican determinadas encuestadoras. (O)