El discurso de la Revolución Ciudadana no es nada más que una retahíla de consignas y estribillos anticuados, de citas y repeticiones de ideas superadas hace tres décadas. En esa línea, hace unas semanas el embajador del Gobierno ecuatoriano en las Naciones Unidas recurrió a conceptos del difunto dictador Castro para comparar a la política de Israel con el genocidio de Hitler. Tamaño desatino nos ha valido la firme protesta del Gobierno de Jerusalén que exige una satisfacción. Como hasta el viernes último la Cancillería ecuatoriana no ha respondido al pedido del Estado judío, hay quienes interpretan que a nivel ministerial, por lo menos, hay conformidad con lo expresado por el representante del régimen en el foro mundial. Si es así no estaríamos lejos de actuar como el boxeador Idi Amín Dada, tirano de Uganda, quien en afán de ganar el apoyo para su truculento gobierno por parte de los países árabes, alabó el genocidio hitlerista para provocar una ruptura con Israel.

Desde hace diez años la Revolución Ciudadana ha puesto distancias con el país hebreo, a pesar de que este fue siempre un leal aliado del Ecuador, como lo demostró en el conflicto que concluyó con la victoria del Cenepa. El abandono de esta provechosa alianza es coherente con el alineamiento con Irán y otros estados que han manifestado que la “entidad sionista” debe ser borrada de la faz de la tierra. Lo hacen en un muy mal momento puesto que, dada la debacle en la que está inmerso el mundo islámico, el estable y republicano Israel ha ganado prestigio e influencia en todo el planeta. Esto no significa aprobar algunas acciones ejecutadas por fuerzas judías, que se explican, aunque no siempre se justifican, en el marco de un ataque permanente por parte de organizaciones terroristas y gobiernos hostiles.

Las raíces de estas actitudes son profundas y no circunstanciales: la izquierda latinoamericana es esencialmente antisemita, no antisionista como dicen, es antisemita. El hecho de que las comunidades judías tengan un nivel de vida algo superior al de sus países, los convierte en blanco del “resentimiento social”, eufemismo para lo que se debe llamar envidia pura, que es la base pasional que alienta en este subcontinente al socialismo, que no se basa en principios ideológicos sólidos. El izquierdismo aquí es patético y no ético. Su postura contrasta con el hecho de que los ecuatorianos no son para nada antisemitas, practican con los judíos la misma hospitalidad desbordada que observan con todo extranjero. Esta constatación no se altera por las opiniones de algunos alucinados ni por la política reciente, que parte de los malos sentimientos de una minoría fanatizada y, en ningún caso, del criterio mayoritario de la población. Cuando haya pasado esta larga noche es de desear que la empatía entre naciones haga volver al entendimiento que es anterior al establecimiento mismo del Estado de Israel, puesto que Ecuador votó en las Naciones Unidas a favor de la creación de aquel y lo reconoció siempre como país soberano de pleno derecho. (O)