Cuesta encontrar las razones que le llevaron a Rafael Correa a presentar la ley de plusvalía. Debe haber algún objetivo muy poderoso para lanzar, en plena crisis económica y a las puertas de un proceso electoral, una propuesta que golpeará fuertemente a gran parte de la población. Se ha dicho que lo hace por la necesidad de conseguir plata contante y sonante. Pero la explicación es débil porque el monto esperado sería insuficiente para mantener el ritmo del buen vivir de los años petroleros. Además no habría un flujo inmediato, de manera que no podría beneficiarse en los meses que le quedan a su gobierno. También se ha sugerido que sería una cortina de humo o de cualquier material espeso para dejar en segundo plano las denuncias de corrupción de las altas esferas. Sin embargo, sería descabellado tratar de ocultar un delito con una torpeza política y económica como esta. Sobre palos, piedras, diría la sabiduría popular.

Otra explicación alude al enigmático terreno de los cálculos electorales, esos que hacen tres jerarcas entre cuatro paredes. El objetivo sería recuperar la fachada izquierdista que, con su retórica patriotera y revolucionaria, arrojó buenos frutos en los primeros tiempos. La relativa estabilidad de las candidaturas de derecha demuestra que el apoyo de ese lado del espectro ideológico está perdido. Si hasta la elección presidencial del 2013 una buena parte de su votación venía desde allí, era porque las condiciones económicas así lo permitían. Los votantes de derecha podían apoyar a un gobernante que hablaba mucho, pero que dejaba hacer y dejaba pasar mientras ponía en vereda a los revoltosos. Pero, ahora, cuando la realidad es otra, el bolsillo empuja en dirección contraria. Por tanto, para el líder y sus candidatos es más conveniente dar por perdida esa franja del electorado y más bien asegurar el voto duro, el de los que tienen al palo ensebado como juego preferido. Para ello cabe perfectamente la ley propuesta.

Una explicación adicional se basa en los cálculos individuales del líder. Él sabe que le queda larga vida política por delante y que tiene la puerta abierta con la aprobación de la reelección indefinida. Pero sabe también que eso dependerá en gran medida de lo que haga y deje de hacer el próximo gobierno. A Correa le conviene que se marque una diferencia radical, lo que no será difícil ya que quien venga, aunque fuera el binomio Glas-Moreno (en ese orden, que es el real), obligatoriamente deberá hacer ajustes socialmente costosos. El desgaste será tan rápido que en la memoria de la gente todavía perdurarán las imágenes idílicas de los tiempos de las vacas gordas y, sobre todo, del líder vengador que castigaba a los ricos con leyes como esta. Podrá regresar con el cinturón en la mano, amenazante, como en la primera campaña. Eso sí, siempre y cuando haya podido superar el sesudo y profundo debate con La Mofle, que por el momento parece causarle una gran preocupación y hasta recibió destacado espacio de opinión en la prensa que se regala. (O)