Hace un par de semanas, la escritora y poeta Mónica Ojeda (Guayaquil, 1988) me pidió que presentara su nueva novela, Nefando. Yo, como tengo el sí flojo, dije que sí. Pero como soy escritora de libros infantiles y de artículos de opinión en los que casi siempre prefiero invitar a mis lectores a reír en lugar de llorar, me imaginé que Nefando era el hermanito gemelo de Fernando, o algo así, pero cuando vi que la novela giraba en torno a un videojuego prohibido llamado Nefando, consulté de inmediato algunos diccionarios y me enteré de que este es un adjetivo cuyo significado es: 1) Que se aplica a la persona o acción que resulta repugnante u horrorosa por ir contra la moral y la ética: crímenes nefandos. 2) Indigno, torpe, de que no se puede hablar sin repugnancia u horror; y, que es sinónimo de repugnante, aborrecible, execrable, infame, detestable, vergonzoso, abominable, ignominioso.

Sabiendo ya su significado y a fin de cumplir con mi compromiso, empecé a leer el libro y lo hice de un tirón, porque la novela de Mónica Ojeda es de esas novelas que te desvelan, que te dejan más dudas que certezas, de esas que al terminarla, la vuelves a empezar porque te deja un vacío parecido al vértigo.

Es una novela distinta, con una estructura original, lograda a través de entrevistas con los distintos personajes. La historia se va hilvanando gracias a las respuestas que seis chicos que comparten un departamento en la ciudad de Barcelona van dando.

Una historia muy dura, sumamente fuerte y muy bien escrita, o mejor dicho 2 historias paralelas que funcionan perfectamente y que a la vez abarcan las historias aisladas de cada uno de los personajes. Sus miedos, sus dudas, sus deseos se van develando poco a poco a lo largo de la novela escrita por Ojeda y a través de la novela porno erótica que Kiki Ortega, uno de los personajes de Nefando, escribe.

Una característica que resalta en la narración es la poesía que revela, como sin querer, que la narradora es una gran poeta, o viceversa.

Mónica definitivamente nos lanza al vacío sin paracaídas; y, como dije anteriormente, nos deja más dudas que certezas. Por eso fui a la presentación decidida a resolver estas dudas preguntando varias cosas a la autora para poder volver a dormir tranquila (como si tal cosa fuera posible después de leer Nefando).

Sus respuestas me dejaron helada y con seguridad con más vértigo que antes, al saber que ella investigó sobre el tema de la pornografía infantil en la “deep web”, espacio oscuro del mundo del internet donde se topó con foros de pederastas, con manifiestos de gente que defiende la violencia, con sicarios que ofrecen sus servicios, con venta de drogas, de armas y demás perversiones. Como ella bien lo dijo, “ahí encuentras lo más horrible del mundo”.

Me pregunto si los padres jóvenes sabrán de la existencia de estos espacios, si estarán conscientes de que en el mundo hay maldades muy grandes, bastante peores que una mala calificación, una mala palabra o una primera borrachera. (O)