Asumiendo una perspectiva triunfalista, quienes buscan acabar con el correísmo han presentado a las idas y vueltas de la semana pasada como muestras de responsabilidad y buen olfato político. Desde una perspectiva diferente se ven esos cambios como la expresión de la precariedad de la política sin partidos (o de organizaciones que se les parezcan), donde hay amplio espacio para los intereses personales y los cálculos inmediatos. Una tercera opinión sostiene que las alianzas que se hacen y se deshacen solo muestran las escasas distancias que separan a las candidaturas opositoras. Pero, más allá de estas y otras interpretaciones que se puedan hacer, lo que importa verdaderamente para entender el panorama electoral son los efectos que se pueden desprender de los cambios de camiseta.

Un dato fundamental por considerar es que más de la mitad de los electores aún no ha decidido por quién votar. Esto quiere decir que todas las candidaturas –incluida la de Lenin Moreno– no satisfacen las preferencias de la mayoría de electores. A la vez, la indecisión deja un espacio muy amplio para la cosecha de votos. Es muy extraño que esto suceda en un ambiente de polarización como el que ha vivido el país a lo largo de los últimos diez años. El sentido común sugería que a esta altura del proceso ya existirían definiciones mucho más contundentes. Que no las haya se debe obviamente al poco atractivo de las candidaturas de la oposición, pero también de la oficialista que con mucha dificultad mantiene el voto duro correísta. Por consiguiente, el desafío para todos los aspirantes, sin excepción, es saber exactamente cuáles son las causas de la indecisión. Solamente conociéndolas, sabiendo que son varias y muy complejas, podrán elaborar el mensaje que produzca el sacudón.

En este punto es donde entran los cambios de los últimos días. Es evidente que estos no se guiaron por el cabal conocimiento de esas causas y por tanto no apuntaron al problema central. Se hicieron bajo una lógica de acumulación de siglas y un criterio ingenuo de alcanzar el balance regional. En los acuerdos de CREO con SUMA y del Acuerdo Nacional por el Cambio con el Centro Democrático se ve la inexperta confianza en la aritmética elemental, aquella que considera que todas las sumas arrojan un resultado positivo. Eso no funciona en el papel, mucho menos en la política. Por ello, a Guillermo Lasso le puede resultar un lastre la baja aceptación que tiene el alcalde quiteño, así como a Paco Moncayo le puede pasar factura el cambio intempestivo del prefecto guayasense (para no hablar de sus problemas con la Contraloría que serán hábilmente aprovechados por el oficialismo).

Si se continúa por el camino marcado en estos días, es muy probable que la indecisión no baje hasta los últimos días de la campaña. Por tanto, el resultado podría favorecer a quien se lo considere el menos malo, no necesariamente el mejor. No serán las condiciones óptimas para un gobierno que necesitará fuerte respaldo popular para realizar tareas de gran magnitud. (O)