Ayer la Academia Sueca le concedió al cantautor estadounidense Bob Dylan el Premio Nobel de Literatura 2016. Una de las razones de esta distinción fue “por haber creado una nueva expresión poética dentro de la gran tradición americana de la canción”. Por más de cincuenta años, la voz de Dylan ha resonado en el mundo entero: Robert Allen Zimmerman, que logró terminar el colegio a regañadientes y fue solamente seis meses a la universidad, después llamándose a sí mismo Bob Dylan –la leyenda dice que en honor al poeta Dylan Thomas, pero en realidad fue por la admiración que sentía por un tío jugador–, cuestiona la figura del escritor de hoy.

Antonio Cisneros publicó en 1975, en la editorial catalana Seix Barral, el libro Poesía inglesa contemporánea: antología bilingüe, del cual fue responsable de las versiones, la selección y el prólogo; y señaló que, al planear ese volumen, había considerado que algunas canciones representativas de Los Beatles podrían formar parte de esa muestra, pero que algo extraño sucedía cuando esas letras, que emocionaban grandemente en la canción, eran trasladadas al papel, pues perdían fuerza y altura poética; finalmente, Cisneros decidió no incluir a Los Beatles como poetas ingleses contemporáneos.

Es muy significativo que la académica Sara Daniues destacara que los versos de Homero y Safo también fueron cantados y acompañados por instrumentos musicales, porque caracteriza el canto de Dylan como un acontecimiento directamente literario. Para continuar con la experiencia de Cisneros, cabría interrogarse cómo lucen las letras de Dylan en tanto poesía. De lo que sí no hay duda es que el concepto de literatura se ha ampliado en la Academia Sueca, pues el año pasado, de entre literatos ya canónicos, Svetlana Aleksíevich se llevó con merecimientos el galardón por su estupenda y sorprendente escritura periodística.

Según los Dylanologists –el apelativo que se dan los fans del escritor cantante–, los versos de Dylan fueron variando de la protesta por los bombardeos norteamericanos, el racismo y el conformismo de la sociedad occidental hasta volverse intimistas, con toques surrealistas y kafkianos. Dylan también ha cuestionado con dureza los usos del arte en la sociedad: “Las canciones populares son la única forma de arte que describe el carácter de los tiempos. Y el único lugar donde esto está sucediendo es en la radio y en los discos. Allí es donde está la gente; no en los libros, no en las tablas, no en las galerías de arte”.

Blowin’ in the Wind, en la primavera de 1963, fue su primer éxito. Si escuchamos ese canto como un poema, advertimos enseguida una característica de todo gran escritor: que hace preguntas que no sabe contestar: “¿Cuántos caminos un hombre debe andar/ antes de que lo llames hombre?/ […] Sí, ¿y cuántos años puede vivir alguna gente/ antes de que se le permita ser libre?/ […] ¿Cuántas veces un hombre puede voltearse y simplemente pretender que no ve?/ […] Sí, ¿y cuántos oídos debe tener un hombre/ antes de escuchar el llanto del pueblo? […] La respuesta, mi amigo, está flotando en el viento”. (O)