Así como hoy el presidente Rafael Correa cree que ciertas mujeres no deben opinar sobre asuntos de economía, sino solamente dedicarse a cotillear sobre maquillaje femenino, en el siglo XIX la escritora quiteña Dolores Veintimilla (1829-1857) también debió soportar la agresión machista y autoritaria de su tiempo cuando expresó sus ideas en contra de las ejecuciones entonces permitidas. El 20 de abril de 1857, en Cuenca, donde vivía la poeta, fue fusilado el indígena Tiburcio Lucero, acusado de parricidio. Dolores atestiguó las desgarradoras escenas en el patíbulo erigido en la plazuela de San Francisco.

La escritora fue consecuente con el hecho fundador de la literatura: hacer público lo que es privado; y divulgó sus pensamientos en la hoja volante titulada Necrología, que puso a circular el día 27, en la que tomaba postura en contra de la pena de muerte. El comienzo del alegato es estremecedor: “No es sobre la tumba de un grande; no sobre la de un poderoso; no sobre la de un aristócrata que derramo mis lágrimas. ¡No! Las vierto sobre la de un hombre, sobre la de un esposo, sobre la de un padre de cinco hijos que no tenía para estos más patrimonio que el trabajo de sus brazos”. Dolores se enfrentaba así a la barbarie del poder.

Dolores enseguida se colocó en la situación del otro desvalido y trató de imaginar los pensamientos que pudieron pasar por la mente de Lucero a punto de morir; también le produjo dolor el desamparo en que quedaba la familia del ajusticiado. Con claridad, Veintimilla tomó partido por un miembro de “una clase perseguida” y cuestionó de manera frontal el sistema de justicia. Finalmente, le pidió al Gran Todo “que pronto una generación más civilizada y humanitaria que la actual venga a borrar del código de la patria de tus antepasados la pena de muerte”. Estamos ante una mujer que intervino políticamente.

Esto no fue tolerado por el poder patriarcal encarnado en los eclesiásticos: con seudónimo el canónigo Ignacio Marchán respondió a Veintimilla en duros términos acusándola de ser panteísta. Los más poderosos de la ciudad tomaron partido por la Iglesia y Dolores empezó a ser rechazada por una parte de la población cuencana. La situación fue insostenible para una mujer sola, que vivía con su hijo de 9 años. El 23 de mayo fue hallada muerta, con una nota en la que confirmaba su suicidio. Fray Vicente Solano sentenció: “Esta mujer con tufos de ilustrada había hecho apología de la abolición de la pena de muerte”.

Conocemos mejor la obra literaria de Veintimilla gracias a las investigaciones de María Helena Barrera-Agarwal, publicadas en su libro Dolores Veintimilla más allá de los mitos y en la propia obra de la poeta, editada por Barrera, De ardiente inspiración. Obras (ambos publicados en Ambato, Casa de la Cultura & Sur Editores, 2015 y 2016). La voz de las mujeres en el siglo XXI sigue descalificada por un sistema patriarcal de creencias y prácticas sociales. No sabemos si Dolores habló alguna vez de maquillaje, pero, aun si lo hubiera hecho, resplandecen sus versos y su prosa que buscan una nueva justicia, una nueva humanidad. (O)