Con profundo pesar por la partida de Orlando Alcívar, gran ciudadano.

Alguna buena persona debería explicarles a las escuadras altivas y soberanas que en democracia se gana y se pierde, que se puede cambiar de gobierno, que es normal que los políticos quieran ganar las elecciones e incluso que es posible destituir a las autoridades. Todo ello y mucho más se puede hacer, siempre que se sigan los procedimientos correspondientes y se respeten las leyes vigentes. Como dice un politólogo polaco, la democracia es un régimen en que el partido gobernante pierde las elecciones y eso no produce una catástrofe. El mundo sigue su marcha y los derrotados de hoy pueden ser los triunfadores de mañana.

Pero algo tan simple como eso no se entiende en esas alturas en donde la política se entiende como conspiración. Como lo dijo el propio líder, primero fue la alarma ante la restauración conservadora, pero ahora les preocupa el Plan Cóndor en versión 2.0. A la hora de explicar en qué consiste esta siniestra iniciativa que flota por América Latina, presentan como evidencias la destitución de Dilma Rousseff en Brasil, las denuncias de corrupción de la familia K en Argentina, el proceso de revocatoria del mandato de Nicolás Maduro en Venezuela y los preparativos electorales de las oposiciones en Ecuador.

Si todos esos hechos pueden parecerle inconexos al ser común y corriente, gracias a las iluminadas mentes que nos guían podemos entender que en conjunto configuran un plan tan macabro como el que aplicaron las dictaduras fascistas de los años setenta y ochenta. En lugar de creer que un grupo de diputados descalificados –muchos de ellos prontuariados– utilizó ilegítimamente una disposición constitucional para destituir a Dilma, debemos asegurar que fue un golpe de Estado. En vez de alegrarnos porque la justicia persiga a los que mandan a esconder millones de dólares en conventos y en cajas fuertes de los hijos, debemos felicitarnos porque nuestro país le hace un monumento al uno y le condecorará a la otra (de paso, hay que sugerirles que indaguen lo que hacía esa pareja en los años del Plan Cóndor). En lugar de aplaudir a la oposición venezolana que escogió el camino legal para cambiar al gobierno más desastroso del continente, debemos sostener que son maniobras orquestadas por el imperio y que la situación económica es parte de la guerra no convencional en contra de un preclaro mandatario.

Lo que resulta más difícil de entender, a pesar de las clarísimas explicaciones, es por dónde entran las oposiciones ecuatorianas en todo ese contubernio. Con tono de reina del Yamor aseguran que hay relación entre los intentos angustiados de encarnar el anticorreísmo más duro y los correos electrónicos de los militares. Pero algo no cuaja ahí, si se sabe que la molestia militar se originó en el maltrato y no en la ideología, y que las incipientes organizaciones políticas ya tienen suficientes problemas con la búsqueda de candidatos. Sorprende que mentes tan lúcidas vean un cóndor carroñero donde apenas zumba un molesto zancudo. (O)