En el Ecuador, como en todas las repúblicas hispanoamericanas surgidas tras el colapso del imperio español, los ejércitos estaban constituidos en su mayor parte por bandas, que se agrupaban en torno a un caudillo que solía decir que tenía preferencia conservadora o liberal. Mal armadas, sin uniformes reglamentarios, indisciplinadas, entraban en combates que se resolvían con pocas muertes. Aparte de su carisma, los líderes no eran grandes estrategas y menos eficientes organizadores militares. A todo esto hubo excepciones, a veces notables, pero que no alcanzan a cambiar el panorama general. Al avanzar el siglo XIX se produjeron algunos importantes cambios, pero en el Ecuador el salto hacia un ejército moderno, profesional, institucionalizado, solo se dará tras la revolución alfarista. Este cambio explica en buena parte la letalidad de los combates que acabaron con el alfarismo hacia 1912.
El avance más importante en la integración de unas fuerzas armadas en una sociedad republicana debía ser su sujeción al Estado de derecho. Esto antes estuvo escrito en constituciones y leyes, pero ni se acataba ni se cumplía. La transición de las bandas autónomas hacia las fuerzas sometidas al imperio de la ley no se dio de la noche a la mañana, fue un proceso largo y complejo. Ya para 1925 se dio un quiebre en la institucionalidad con la llamada Revolución Juliana, con lo que se inició un largo proceso de inestabilidad, con los militares distraídos de sus tareas específicas en decenas de pronunciamientos y golpes de Estado. Este desorden contribuirá en importante medida al descalabro de 1941. El fracaso de las dictaduras de los sesenta y los setenta fue asumido por una oficialidad profesional, que a partir de 1979 se dedicó al mejoramiento técnico e institucional de las fuerzas armadas y no a la actividad política. En este lapso un par de tristes episodios golpistas fueron repudiados por el conjunto de los militares. Este cambio explica en buena parte la victoria del Cenepa en 1995.
Para los socialistas el paradigma lo constituye el Ejército Rojo surgido en Rusia con la Revolución Bolchevique. Una fuerza armada extraída de las bases militantes y comprometido integralmente con el partido gobernante. En el fondo es lo mismo que las bandas partidistas del siglo XIX y hacia allá han querido volver en todas partes donde se han hecho con el poder. En el caso de Venezuela lo hicieron comprando a la fuerza existente y no creando otra desde las bases. Resultó carísimo, tanto en gastos como en la cantidad de poder que ha sido puesta en manos de las fuerzas armadas “bolivarianas”, a cambio de que se cojan el cuerno y griten “patria, socialismo o muerte”. No es un ejército de mercenarios, sino un ejército mercenario, corrupto y de eficacia bélica dudosa. En el resto de países albinos muchos militantes de los partidos oficiales sueñan con una transformación de esta laya, no lo han conseguido, en unos por falta de divisas y, en otros, porque ha prevalecido el espíritu republicano de sus integrantes. Que no cambien esas condiciones. (O)