Según se va perfilando el proceso electoral, será una dura contienda entre ruptura y continuidad. Es poco probable que tengan cabida los términos intermedios, aquellos que tratarían de alentar un cambio gradual. Quienes intentaron llevar las cosas por esa tercera vía fracasaron cuando ni siquiera la habían planteado formalmente, como ocurrió con la sugerencia de presentar la candidatura de Lenin Moreno por fuera de Alianza PAIS. El propio potencial candidato se encargó de hacerles saber a los entusiastas hermanos que los ánimos políticos no estaban para esas aventuras. Tampoco parece existir espacio para las proclamas de tinte new age, como la del populismo renovado que se empeña en demostrar que no es portador de un solo gen confrontacional.

La disputa será entre correísmo y anticorreísmo. Las ofertas de campaña del candidato de AP, independientemente de quien sea, apuntarán con toda su fuerza a la continuidad. Los mensajes aludirán a lo que falta por hacer, a la profundización del proceso y al peligro de perder lo conseguido. Su objetivo final será ofrecer certidumbre. Por tanto, a pesar de su retórica revolucionaria será el candidato del inmovilismo, del orden establecido. De su lado, cada uno de los candidatos de oposición tratará de mostrarse como la quintaesencia de la ruptura y, aunque provenga de las filas más conservadoras, buscará convertirse en el candidato del cambio, de la impugnación al statu quo. El desafío para su campaña será encontrar la manera en que esas propuestas no generen incertidumbre.

En fin, como corresponde a lo vivido en los últimos diez años, el escenario electoral será de polarización absoluta. Ese es un campo claramente favorable para el correísmo. Desde que llegó al Gobierno, el líder puso al teórico prusiano de cabeza y entendió a la política como la continuación de la guerra por otros medios. Nadie mejor que él sabe y puede moverse en la lógica amigo-enemigo. Por otra parte, siempre es más fácil defender lo existente (especialmente cuando ha habido bonanza económica) que hacer creíble un futuro cargado de esperanza. Además, la polarización obligará a los opositores a librar –como ya lo están haciendo– un duelo aparte por ganar la medalla de oro del anticorreísmo, con el riesgo inminente de llegar agotados al inicio de la competencia o, incluso, de no llegar. Finalmente, a muchos de ellos no les resultará sencillo contrarrestar las acusaciones de ser los pilotos en el viaje de vuelta al pasado.

Seguramente ya es tarde para romper la dicotomía correísmo-anticorreísmo con una propuesta que combine cambio y continuidad. Socialmente hay las condiciones para ello, como lo demuestran las encuestas con los grados relativamente altos de satisfacción con el Gobierno. Pero los grupos de oposición ven la realidad de otra manera y cada uno se condena a tratar de capitalizar la tensión a su favor. En esas condiciones, no les queda más remedio que profundizar la polarización, tratar de formar la más amplia coalición en términos ideológicos y territoriales y confesar abiertamente que les mueve el anticorreísmo. Ni continuidad ni cambio. Ruptura pura y dura. (O)