Al comenzar una novela con una escena en la perrera municipal, Mario Vargas Llosa enmarca con la suciedad, sordidez y torpeza de los perreros el retrato de un país sometido a una dictadura. Así lo hace en su magnum opus, Conversación en la catedral, escrita para reflejar los ignominiosos tiempos del gobierno de Manuel Odría, un déspota que, como todo tirano latinoamericano que se respeta, comenzó calificando a su golpe de Estado como “revolución”. Odría hizo obra, mucha obra, alguna que otra reforma y pactó con su sucesor una salida del poder que le garantizaba impunidad. Es decir, nada que no hayamos visto, nada que no nos sea absolutamente familiar, en una crónica cuya amenazadora fidelidad se acentúa al ver lo parecida que es la sociedad peruana a la nuestra.
En el primer párrafo se plantea una de las interrogantes más famosas de la historia de la literatura: “¿En qué momento se había jodido el Perú?”. Ha sido repetida, adaptada, contestada ad infinitum... se aplica a todos los países y hasta la misma condición humana, porque así lo plantea el autor, el protagonista de la novela Santiago Zabala, compara su situación personal con la de su país: “Él era como el Perú, Zavalita, se había jodido en algún momento”. Él es el arquetipo del looser, símbolo de las sociedades latinoamericanas sometidas a regímenes oprobiosos, cuyas muchedumbres de perdedores contribuyen con su desidia a perpetuar el infame establecimiento. Hay rasgos autobiográficos en este antipersonaje, provoca llamarlo así por su vacío, pero es un Vargas Llosa que no fue, el fracasado. Tanto el autor como su creación abandonarían el comunismo, pero el escritor lo hizo proyectado hacia el infinito. Probablemente alguna vez se sintió amenazado por verse convertido en un ínfimo cronista sepultado en la mediocridad.
Obra grande que también tiene muchas páginas (727, en la edición Punto de Lectura), densa, nos sumerge en la abyección generalizada que provoca el autoritarismo, que destruye moralmente no a la sociedad, lo que puede ser una manera de decir y no significar nada, sino a cada individuo, que con facilidad extraordinaria termina revolcándose en la corrupción, el adulo y la abulia. La misma oposición aparece en la novela carcomida por la banalidad y el oportunismo, y así acontece siempre en casos similares, para que me crea asómese un ratito a la calle. Buena parte de la acción de Conversación transcurre en burdeles y sitios afines... en las literaturas de todas las culturas abundan las ambientaciones de lupanar, pero en la latinoamericana la gravitación del lenocinio es abrumadora y fatal. ¿Eso significa algo? Quién sabe, en este caso estas locaciones sirven para llenar con un vaho prostibular toda la novela y compactar su metáfora. Publicada en 1969, un año clave para la ruptura de Vargas Llosa con la Revolución cubana, Conversación en la Catedral, según el literato arequipeño, es la que salvaría del fuego si se viese obligado a rescatar una sola de sus novelas. (O)