Circula un video en el que se ve una jauría de perros ferales... (feral, que es como las fieras, o sea salvaje y agresivo)... bueno, los feroces canes echan de una playa a un grupo de focas. Un amigo de Facebook contaba, documentándolo con fotos, cómo quiso espantar a un grupo de seis perros vagabundos que destrozaban fundas de basura cerca de su casa, esparciendo su contenido; mal le fue, los belicosos animales se volvieron en su contra, por lo que optó por retirarse limitándose a fotografiarlos desde lejos. Se han publicado casos, y se ha sabido de otros, de personas agredidas por una banda de perros asilvestrados, que se han posesionado de un sector del Parque Wanwiltawa de Quito, ¡y hay quienes presionan para que el Municipio capitalino los alimente! Una activista protectora de los osos me narraba esta semana los graves problemas que causan tropas de perros ferales que acosan a varias especies de animales, incluidos los poderosos plantígrados que ella cuida.

Haciendo una interpretación extensiva de la ley, mi amiga osera decía que no pueden matar a esos animales porque sería delito. Estaba en un error, ahora muy frecuente, esgrimido por animalistas para quienes cualquier, cualquier animal es intocable. Y esto no es así, bajo ningún punto de vista. Podríamos llenar volúmenes con casos como los que he narrado, que demuestran lo peligrosos que son los animales ferales para el hombre y para la naturaleza, nada menos. En Galápagos, con buen criterio, y sobre todo con derecho, se han realizado campañas de erradicación de especies introducidas... nadie ha protestado, “es que es para salvar a las tortuguitas”, dicen los animalistas, para quienes se puede matar unos chivos para cuidar de los reptiles, pero no perros para cuidar seres humanos.

Recientemente el alcalde de Loja dijo, más bien quiso decir, que había que emprender una campaña de descanización, porque según sus datos, hay un excesivo número de perros callejeros en la ciudad. El problema fue que lo hizo sin sutileza comunicacional, por lo que se desató un tsunami desproporcionado de protestas. A pretexto de defender “la naturaleza” le cayeron al burgomaestre lojano con feroces comunicados, alguno suscrito por “ambientalistas” que en su momento se prestaron a cohonestar la entrega del Yasuní a las petroleras chinas. El animalismo es a la ecología lo que el racismo a la antropología, es decir, una visión sesgada, parcial y descontextualizada de algunos de los aspectos de la ciencia. Dije que en Galápagos se elimina “con derecho” a las especies introducidas. Desde una visión ecológica (se puede también argumentar ética o teológicamente si desean) la especie humana tiene derecho a matar animales para su alimentación, como todo omnívoro, y en defensa propia, como lo hacen todas las especies. La eliminación justificada, sin ensañamiento ni crueldad, de especies peligrosas, como lo son los perros ferales, es un derecho natural. Cuando se elaboren leyes específicas sobre esta materia, deberán tomarse en cuenta estos principios que dimanan de la propia naturaleza. (O)