El estallido es inminente. Es solo cuestión de tiempo. Nadie sabe cómo inicia y mucho menos cómo termina. Pero todos, absolutamente todos los venezolanos están convencidos de que solo hace falta un pequeño detonante como punto de ignición.

Los demás elementos de la combustión, combustible y comburente, están allí a la espera. Insatisfacción, irritación, desesperanza, rabia, humillación, frustración, impotencia, desesperación, anomia, anarquía y un largo etcétera.

Pero entonces ¿por qué no ha estallado la sociedad venezolana?

Existen 4 barreras que contienen el inicio del estallido.

La primera es la continua represión de las fuerzas de orden público. Las múltiples protestas sociales y políticas que a diario sacuden el país son contenidas por la Guardia Nacional Bolivariana (GNB), la Policía Nacional Bolivariana (PNB) y por los colectivos (grupos armados organizados para la “defensa de la Revolución”). No hay en Venezuela un solo supermercado que no esté “resguardado” por entre 6 y 10 militares. Cada uno armado con gases, perdigones y también con plomo.

El Gobierno intenta evitar a toda costa el punto de ignición y los derechos humanos no son un obstáculo en su camino.

La segunda barrera de contención es la memoria. El estallido social de febrero de 1989 (conocido como El Caracazo) quedó incrustado en la conciencia colectiva y no precisamente por su gloria, sino por su violencia, crueldad y brutalidad. Un estallido social hoy sería mucho más sangriento dada la cantidad de armas y la legitimidad de la violencia como forma de relación social. Llegaría para arrasar con todo y con todos. Los sectores populares son especialmente conscientes de ello, por lo que están haciendo todo lo posible por evitarlo, a pesar de ser quienes más están sufriendo.

La tercera barrera la constituye la desarticulación de las demandas sociales. Hasta el momento todas las protestas e intentos de saqueos son cuasi-espontáneas y por tanto sin vinculación o coordinación entre ellas. Generadas por crispación frente a la falta de agua, electricidad, comida, medicinas o simplemente por la indolencia de los poderes públicos, pero siempre aislada una de otra.

No hay articulación de demandas porque no hay medios de comunicación ni actores que lo faciliten, ya sea por miedo o desconfianza. Especialmente la protesta social teme y evita vincularse a la protesta política. No hay acercamientos entre unos y otros… todavía.

En cuarto lugar, el estallido social es contenido por el deseo de la gente de canalizar la conflictividad a través de las instituciones antes que por mano propia. Y el referendo revocatorio presidencial representa, en este momento, esa gran y última esperanza de cambio civilizado. Mientras la alternativa esté presente muchos seguirán aferrándose a esa luz al final del túnel.

Pero no sabemos cuánto más puedan soportar estas barreras de contención. En cualquier momento, cualquiera de ellas puede fallar. El militar que agotado decide no lastimar más al ciudadano que prometió defender; las madres que desesperadas se arrojan a la búsqueda de comida para sus hijos; la comunidad que cansada de las humillaciones decide unir esfuerzos con los políticos; la rectora del Consejo Nacional Electoral (CNE) que decide posponer la realización del referendo revocatorio presidencial hasta el año próximo.

En resumen, no hay estallido social porque a diferencia del año 1989, hoy nadie lo quiere. Todo lo contrario. Lo que espera la gente es un gran estallido de paz, de convivencia, de encuentro y sobre todo, de futuro. ¿Entenderá el presidente Maduro esto antes de que sea demasiado tarde? (O)

Un estallido social hoy sería mucho más sangriento dada la cantidad de armas y la legitimidad de la violencia como forma de relación social.