Visitar Bahía de Caráquez después del terremoto deja un panorama angustioso. Buena parte de la zona central de la ciudad fue ya derrocada por los severos daños en las construcciones. Donde antes había edificaciones, hoy existen solares con restos de escombros. Hoteles cerrados, negocios desaparecidos, el turismo extinguido, barrios populares en las laderas de los cerros con casas caídas y vidas más precarias que nunca, transmiten desolación. La hermosa urbe de 20 mil habitantes, con una personalidad propia, una estructura de ciudad y sociedad local bien armadas, la amabilidad y simpatía de la gente, ofrecía siempre a los foráneos condiciones muy agradables para visitarla y volver. Hoy hay mucho dolor, miedo e incertidumbre, expresados en las personas damnificadas que viven en albergues improvisados en plazas y calles, a la espera de la ayuda gubernamental.

Bahía se encuentra enfrentada al dilema de la reconstrucción o el abandono. Sin un esfuerzo de reconstrucción coordinado, con el compromiso y la participación de múltiples actores, el espectro del abandono emerge como una amenaza. La reconstrucción involucra al gobierno central, al municipio, a la sociedad civil local, a los empresarios locales –grandes y pequeños–, a los inversionistas serranos que la convirtieron en su balneario de veraneo y a los inversionistas extranjeros que habían emprendido importantes proyectos inmobiliarios. Si algunos de estos actores falta o se raja, si no existe un esfuerzo coordinado, el futuro de Bahía se vuelve ensombrecedor.

Muchas familias quiteñas convirtieron a Bahía en su balneario de feriados con la construcción de un número importante de edificios modernos que cambió la fisonomía de la urbe. Fue una convivencia extraña pero armoniosa finalmente con los momentos invasivos de las temporadas altas. Bahía tenía el encanto de ser una ciudad y una sociedad con su estructura propia. Lograr que todos los propietarios tomen la decisión de reconstruir sus edificios con los recursos de los seguros contratados resulta vital para la ciudad. A ojo de buen cubero, deben existir en Bahía no menos de 20 edificios modernos afectados por el terremoto. Si se calcula una inversión de quizá 1,5 millones por edificio, entonces la ciudad contaría con una inyección enorme de recursos para iniciar la reconstrucción.

Pero ese esfuerzo por sí solo no bastará. Se requiere reconstruir las viviendas de las personas afectadas; restablecer los pequeños negocios; poner a los empresarios locales a operar nuevamente; rehabilitar la infraestructura de alcantarillado, agua potable y energía eléctrica; devolver capacidad de gestión y eficiencia a un municipio desprestigiado, acciones eficientes del gobierno central. Todo ese esfuerzo requiere una instancia de coordinación local, un comité de reconstrucción de Bahía y un plan reconstructor para los próximos cinco años, cuando menos.

Las tentaciones de abandonarla por meros cálculos económicos inmediatistas, por falta de condiciones de empleo, por lógicas gubernamentales excluyentes o simple falta de iniciativa, son múltiples. Un comité de reconstrucción propio, específico de Bahía, que junte a todos los actores y los ponga a trabajar en un plan compartido, quizá pueda ser un primer paso para dar a Bahía un nuevo esplendor. (O)