No tiene sentido pensar en un solo frente opositor al candidato correísta en las próximas elecciones. No sería una sabrosa fanesca, sino una arriesgada mezcolanza de dulce de higos con ceviche de spondylus. Es inevitable que haya dos frentes, uno que agruparía a los movimientos y organizaciones socialistas; y otro que incluiría a los partidos y agrupaciones de tendencia liberal. De ganita vamos a intentar unir lo inmiscible, con un tremendo costo de energía y tiempo. Eso sí, dentro de estas tendencias los intentos divisionistas podrán considerarse traición. Esperamos entonces ver en las próximas elecciones tres candidaturas, una liberal, una socialista y una correísta. Siempre habrá derecho a presentar microcandidaturas, son inevitables, pero no es de los Eusebios que estamos hablando, sino de política en serio.

En este espectro, ¿qué hacer con los “arrepentidos” del correísmo? Bueno eso tendrá que decidirlo el frente socialista, porque prácticamente todos estos se declaran “de izquierda”, lo que quiera que este término signifique. Al interno de este frente se establecerá cuál es el tiempo mínimo de penitencia que necesitan para ser aceptados. Sabrán decir si pueden incorporar a Fernando Bustamante, o a Ramiro González, o lo máximo que permitirán serán los que se fueron con Alberto Acosta. Pero que no extremen las exigencias de pureza, porque muy pocos en esa ala son vírgenes de correísmo. Otra pregunta, ¿qué hacer con los populismos fallidos de Abdalá Bucaram y Lucio Gutiérrez? Eso es más difícil de responder. Son movimientos por naturaleza de esquiva clasificación. Harán siempre lo que se les ocurra a sus líderes.

Por su parte, el frente liberal, que agruparía a los que profesan doctrinas que van desde el social-liberalismo hasta los conservadores, ha de estructurarse con una propuesta clara pero amplia, determinada pero manejable y definir su candidato en un proceso de primarias. A quienes menos gustará esta propuesta es a los precandidatos, por varias razones. La principal es que tienden a considerarse ungidos, cuya calificación no proviene de la voluntad de la mayoría sino de los méritos de su “trabajo” político o administrativo. Mal por ellos, imaginemos si la presidencia en sí misma se adjudicase igualmente por méritos y no por comicios. Peligroso, recordemos que la Erecé dice que es una meritocracia, en la cual los integrantes del cuarto, quinto y enésimo poder se eligen a base de acreditaciones académicas y certificados de trabajo en causas de interés social. Ya vimos que esa es solo una careta más para la arbitrariedad. En una república los mandatarios se eligen por votos y ese método, y ese espíritu, deben primar en todas las instancias. Quienes desconfían de este procedimiento dejan ver poca seguridad en su propuesta, ya que si creen que les puede ser difícil convencer dentro de su tendencia, mucho más lo será a nivel de toda la población. Y, sobre todo, cada paso que se dé ha de darse teniendo en mientes la formación en el futuro de un gran Partido Liberal Republicano. (O)