Por diversas razones, pero sobre todo por cálculos políticos los gobernantes entran en una situación especial cuando están a punto de dejar su cargo. Pocos de ellos tienen interés en volver a sus casas y ser ciudadanos comunes y corrientes (la excepción son los suizos, que han descubierto el antídoto para la droga de la política). Por lo general, les entra un furor casi demencial por la inauguración de obras, aunque con bastante frecuencia muchas de ellas no están concluidas y en algunos casos ni siquiera comenzadas. El mismo empeño ponen en el gasto de los recursos, como si con estos pudieran comprar el tiempo que se les fue.

Los académicos enmarcan este comportamiento en lo que llaman ciclo político de la economía. Con ello se refieren a que en períodos electorales las decisiones económicas de los gobiernos están orientadas fundamentalmente por criterios políticos, mientras las consideraciones técnicas quedan en segundo plano. Como lo expone el economista Jurgen Schuldt en un estudio sobre Ecuador, aquí no solo se comprueba la teoría, sino que se enriquece con dos estilos propios, a los que llama “efecto monumento” y “efecto funeraria”. El primero se configura por las acciones económicas orientadas a levantar la imagen del gobernante y el segundo por las que se hacen para dificultar la gestión de su sucesor.

Aunque todavía le quedan dieciséis meses al actual Gobierno, ya se advierte el olor del ciclo político de la economía. Ello se debe a que, por un lado, debe impedir que el fin del período gubernamental se convierta también en fin del proyecto político de la revolución ciudadana. Por otro lado, obedece a que la situación económica reduce los plazos y no ofrece certidumbre alguna sobre la posibilidad de mantener el apoyo ciudadano en los niveles que ha tenido hasta ahora. Por tanto, tiene que actuar como que el mandato –el mundo, para quienes lo han disfrutado– se va a acabar ahora mismo.

Frente a esto cabe preguntarse por cuál de los dos efectos, el monumento o la funeraria, va a predominar. La respuesta inmediata y fácil sería el monumento, especialmente por el alto grado de personalización que ha caracterizado a todo el proceso y por la necesidad de mantener la imagen del líder para su futuro regreso (para algo deberá servir la reelección indefinida). Pero no es aventurado suponer que más pronto o más tarde se acudirá a la estrategia de la funeraria. Como lo señala Schuldt, los gobiernos escogen esta cuando saben que no está garantizada la continuidad de su proyecto político.

Además, es factible suponer que el líder puede provocar el efecto funeraria para marcar una diferencia entre su gobierno y el siguiente, aunque el sucesor sea de su propio partido. Venga quien venga, tendrá que hacer el trabajo sucio del ajuste económico y se desgastará rápidamente. Entonces, puede ser muy positivo dejarle la casa en desorden, ya que, en la comparación, los gobiernos correístas saldrán con saldo a favor. Así, la funeraria asegurará el monumento y el retorno glorioso del salvador. (O)