Aunque formalmente la campaña comenzará en noviembre, este año será íntegramente electoral. Esto es así por dos factores. Por un lado, con la decisión del líder de alejarse de la actividad política directa por un rato comenzó una barajada total de los naipes, ya que su ausencia dibuja un nuevo escenario en el que no hay un ganador (casi) seguro. Por otro lado, tiene mucha importancia el descenso del apoyo ciudadano al propio líder y, sobre todo, a su revolución. Los grupos de oposición ven esto como una oportunidad, mientras que en las filas altivas y soberanas comienza a rondar un ambiente de fin de fiesta. Unos y otros manejan las encuestas que ya no traen las abultadas cifras de hace apenas un año, saben que el telón de fondo de la economía será un elemento definitorio y hacen cálculos muy diferentes a los que hacían pocos meses atrás.

Se puede suponer que la preocupación en Alianza PAIS se centrará en tres aspectos. En primer lugar, en el desempeño del Gobierno a lo largo de este año. Si la economía sigue manejada al buen tuntún, como en el 2015, consiguiendo un préstamo por aquí y otro por allá, el resultado será pésimo y la evaluación ciudadana aún peor. En segundo lugar, deberán andar con cuidado para evitar que la selección del candidato presidencial provoque fisuras internas irremediables. No es difícil que esto abra las brechas entre los diversos grupos que conviven en una amalgama soldada exclusivamente por el liderazgo personal. En tercer lugar, deben estar conscientes de la erosión de sus posibilidades en las elecciones legislativas. Sin el líder que les arrastre, sin el atractivo del recambio y la renovación que funcionó bien hasta el 2013 (cuando pasaron a ser parte de los mismos de siempre) y sin los caciques locales que guiados por su olfato abandonan la nave, sus probabilidades tienden a equilibrarse con las de los grupos de oposición. Ciertamente, AP tendrá la ventaja del control del aparato estatal y de los organismos electorales, pero ahí está el espejo de Venezuela.

Los sectores de oposición, por su parte, se entusiasmaron tanto con el cambio de escenario que inmediatamente pusieron todos sus esfuerzos en la identificación de posibles candidatos presidenciales. Parece que quedaron en el olvido los intentos anteriores de construir coaliciones de más largo plazo (como la “fanesca” de los alcaldes y prefectos, de la que no se ha sabido nada en los últimos meses). Mejor solos que mal acompañados, es la consigna que regresa del pasado y que no sirve de enseñanza. Con escasas excepciones, nadie entiende que el punto clave está en las legislativas. Por lo que se ve hasta ahora, cada agrupación presentará su candidatura, lo que equivale a regalarle la mayoría a AP. En una elección que se realiza en circunscripciones pequeñas, como es la de asambleístas provinciales, no puede haber proporcionalidad, independientemente de la fórmula de asignación de escaños. Su optimismo por el nuevo escenario se presenta ya como su peor consejero. Tienen pocos meses para cambiar. (O)