… pierde su prestigio, digamos en paráfrasis de una máxima política ecuatoriana. China quiere entrar pisando fuerte en la nómina de los estados imperialistas. No solo someter con el dogal económico del crédito con el que, gracias a irresponsables endeudadores, atan a los estados. No basta impulsar gigantescas obras de infraestructura construidas por sus empresas, siguiendo el modelo chino... es decir, cero cuidado ambiental y poca atención a los “recursos humanos”. No es suficiente hacer dependientes a las economías de países chicos de las compras del gigante asiático. No, hay que hacer saber que se puede utilizar la fuerza y cuando es preciso utilizarla.

El Gobierno de Pekín ha hecho una serie de acciones que demuestran esa voluntad de hacerse ver como hiperpotencia, acciones que tienen fuertes consecuencias geoestratégicas y económicas. Articulan así una política de hechos consumados sin consideración alguna al ordenamiento jurídico internacional. Arquetipo de esta política es la construcción de unas islas artificiales en aguas internacionales del mar de la China Meridional. Aunque geográficamente este mar y algunas islas que contiene están lejos de China e históricamente no le han pertenecido jamás, el régimen comunista declara unilateralmente que son suyas. Y para que no queden dudas, construye estas plataformas, a las que quiere anexar ¡mar territorial y zona económica exclusiva! Este abuso está fuera de todo uso jurídicamente válido de las aguas internacionales y repugna al sentido común mismo, pues a ese paso dirán que determinada superficie alrededor de sus naves que se desplazan por el mundo es también mar territorial. Para superar las disputas que sobre esta zona mantiene con China, uno de los estados afectados, Filipinas, ha propuesto, tal como se estila entre naciones que creen en el derecho y la paz, que sea el Tribunal Internacional de Justicia de La Haya el que dirima estos diferendos. Pero Pekín, con descomunal arrogancia, ha rechazado tal posibilidad, argumentando más o menos que “esas islas son nuestras y punto”.

Añadamos a estas arbitrariedades otra que parece más superficial y simbólica... eso es lo grave, lo simbólico tiene valor real por sí mismo. Hablo de la prohibición de los gobernantes de Pekín para que Miss Canadá, Anastasia Lin, nacida en China, pueda participar en el concurso de Miss Mundo que se realizará en la isla de Hainan. La razón es que la joven practica el sistema de meditación Falung Gong, que está prohibido en China. Pekín argumenta que la organización que propaga ese sistema es terrorista, pero ningún país ha avalado ese criterio. Ya se ve cuánto les importa a las autoridades chinas la libertad de conciencia.

Me causa risa ver a un significativo número de anti-imperialistas que si estas arbitrariedades hubiesen sido cometidas por Estados Unidos o el Reino Unido, habrían puesto el grito en el cielo y organizado comités de solidaridad con las naciones abusadas y la filosofía prohibida. Está claro que, para estos, si el imperialismo es rojo, doblar el lomo sí es ético y soberano. (O)