Nuestro invitado
Pablo Arosemena Marriott

Si algo sabemos los comerciantes es que hoy necesitamos más libertad, no más restricciones. Sin embargo, meses atrás, en un ambiente académico, el exvicepresidente Dahik expuso su idea del timbre cambiario como reemplazo a las salvaguardias. Ese timbre consistiría en sustituir unas restricciones por otras. Las salvaguardias, que caducan en junio 2016 y se comienzan a desmontar en enero, se suplantarían por un sistema restrictivo de subasta de “dólares” para la importación de todo tipo de bienes.

En lugar de la sobretasa arancelaria fija para cada subpartida, el importador tendría que pagarle al Estado, en función de la puja, un impuesto con un valor indeterminado para poder obtener los dólares que le permitan importar. En teoría, lo recaudado se destinaría únicamente al sector exportador a manera de subsidio. En la práctica, como dicen en la calle, lagarto que traga no vomita. Aun si esto no fuera así, y controlaran el apetito del lagarto, tendría que tenerse en cuenta aquello que solía decir el nobel de economía Milton Friedman: No hay nada más permanente que un programa temporal del Gobierno.

Ahora bien, la medida pudiera ser dinamita bajo los cimientos del sistema monetario. Representa un problema doble porque su fórmula implica impuestos a los importadores más subsidios a los exportadores. Mantiene todos los efectos negativos de las salvaguardias: encarece los productos, disminuye el poder adquisitivo de la familia, resta opciones al consumidor, achica el capital de trabajo de los negocios, restringe el nivel de empleo y deprime al comercio. Incluso introduce aún más incertidumbre en el horizonte. Pues no saber cuánto pagarías mañana por timbre inquieta a la inversión privada, entorpece la planificación con proveedores y golpearía el empleo. Hasta se podrían formar mercados paralelos de estos timbres.

Tampoco puede ignorarse que este artificio perturbaría más a las empresas pequeñas y medianas. Después de todo, las subastas las suele ganar quien da más. También, el timbre tiene curiosamente unas características jurásicas y experimentales. Lo primero porque implicaría un volver al pasado. Una ingeniería burocrática para crear artificialmente múltiples tipos de cambio, guardando parentesco con el Cadivi venezolano, el cepo cambiario argentino, o los sistemas de control de divisas que conocimos en los años 80. Y no hay nada más retro que jugar a devaluar la moneda. Lo segundo porque no hay evidencia de éxito de timbres restrictivos en ningún país dolarizado. Más aún: la actividad comercial no está en condiciones económicas para seguir siendo conejillo de Indias ni pagando las facturas del problema de fondo: el gasto público que excede los ingresos fiscales.

En sencillo: el timbre es un control al tipo de cambio que abre la puerta a una potencial restricción de divisas y, por tanto, es incompatible con la dolarización y la libertad de comercio. Y no será consuelo para el sector privado que una vez prendida la mecha y lanzada esta idea restrictiva, el día de mañana se nos haga saber que la intención original era distinta a como esta pueda reventar.

Necesitamos avanzar abriendo caminos de libertad, no seguir retrocediendo con restricciones. El timbre cambiario abre la puerta al pasado arriesgando la dolarización. El único timbre que necesitamos es el que abre la puerta a más libertad y prosperidad. (O)