En estos tiempos en que los discursos que circulan en la sociedad se han vuelto cansinos y poco creíbles, y que no producen más que desconfianza en la gente común, aparece publicada, en un espléndido tomo, la Poesía reunida 1970-2004 (Quito, La Caracola, 2015) del escritor Iván Carvajal. Son 456 páginas que demuestran que la palabra debe cuidarse si es que se quiere hacer de ella un modo de comprender el mundo de la vida. Entre nosotros hay actos comunicativos, por ejemplo, en el ámbito de la política de poder, que han dejado de comunicar por tediosos, repetitivos e inauténticos.
La gran poesía –la de Carvajal tiene una resonancia en la lengua española– perdura porque el poeta es aquel que comprende que el decir debe ejercerse de modo responsable. El hablar de la poesía busca la conmoción interior. La poesía consigue transformar nociones que se han desgastado; por eso, leer poesía renueva la visión de las cosas. En medio de lo misterioso, el poema sabe colocar preguntas sustantivas: “Átate la lengua / envuelve en trapo al ojo // que la lengua querría no parar / de averiguar verbos / el ojo / de meterse aprisa en multitudes”, constatan unas líneas de Del avatar (1981).
La poesía transforma lo cotidiano en un acontecimiento trascendente: por eso conmueve la expresión “tu amor es amor de tu tiempo / amor a secas // ya es inútil nombrar en los versos / a la que un día amaste”, de Poemas de un mal tiempo para la lírica (1980). El poema es una forma de pensamiento que atiende al detalle y a lo pequeño para agigantarlos con miradas nuevas, como en Parajes (1984): “Pertinaz / la oruga se esfuerza / horada la hoja y muerde en la próxima / la palabra volcada hacia las materias forcejea / la palabra horada y orando se horada / se confunde en su eco con sus huesos / la palabra y sus huecos”.
Leer a Carvajal es entrar en el sentido para hacer de la poesía una palabra confiable, que siempre dará compañía. En Los amantes de Sumpa (1983) se lee: “Ya nada puede el sueño de perpetuidad / aun si los cuerpos al abrazo se aferran”. Y En los labios / la celada (1996) la voz poética cortante nos acerca a lo indecible: “Sobre tu pecho / me sueño”. En Inventando a Lennon (1997) se comprueba que los temas no se agotan si hay una expresión trabajada, pues la mujer que da a luz es considerada: “Válvula abierta, / venas y labios riegan / con espuma / la vía láctea”.
La ofrenda del cerezo (2000), cumbre en la obra de Carvajal, y La casa del furor (2004) cierran este volumen que recoge la trayectoria de un poeta ecuatoriano que ha hecho de la lírica un modo de intervenir sobre los conceptos que nos gobiernan día a día. La poesía de Carvajal construye el sentido para cuestionar el exterior. Es poesía en la que las interrogaciones se vierten sobre quien la lee. Es una reflexión que se ha construido con esfuerzo, con responsabilidad, de manera pausada, sin sucumbir a las veleidades de la fama. Profundos, elegantes, sobrios, los poemas de Iván Carvajal pueden completar la existencia. (O)