La cámara hace tomas desde unas espaldas. Muestra una silueta. La silueta abraza a unos niños. Agita unas banderas. Del Vaticano y Ecuador. Transmite “tristeza” aeroportuaria por una partida. Sabemos quién es. Ha inundado nuestra comunicación pública durante casi nueve años. Así se inició la producción de la posvisita papal. Antes se había producido la “imagen” y el “mensaje” que se transmitiría desde el poder acerca del papa Francisco. La visita pastoral en función del Gobierno.

El laico Estado ecuatoriano –el alfarista– había sumado la visita del principal prelado católico con la visita del jefe del Estado vaticano al jefe del Estado ecuatoriano. Inicialmente se trataba de la primera visita pastoral del papa a América Latina. Pero rápidamente se inscribió en las coordenadas de la política local. Así lo hizo la producción comunicacional del Estado receptor, para evitar que la sociedad –los fieles, los ciudadanos– puedan hacer de las suyas. ¡Qué terrible que sean libres para pensar los significados del mensaje papal!, pensarían los productores de imagen. ¡Qué saludable que no la puedan controlar!, porque el papa es de todos, pensarían los católicos, los agnósticos, los ateos, entre otros.

La filosofía, la teología, la historia, la comunicación son conceptos que no se combinan fácilmente. La noción de un Vicario portador/intermediario mundano de la palabra divina no cabe en la construcción de la subjetividad moderna, ni en las sociedades. Es el lugar donde se diferencian la teología y la filosofía. La religiosidad y las creencias son parte del ejercicio de la libertad. Bienvenidas en todas las sociedades, a quienes quieran ejercerla. Más aún, la sociedad contemporánea está vinculada por muchas creencias. Y por muchas razones. Es el derecho de los ciudadanos. La posibilidad de(l)(los) conocimiento(s) acerca de lo finito y de lo infinito es una tarea eterna de la filosofía (e incluso de la razón enfilada hacia la teología). Bienvenida en todas las sociedades que buscan a la historia y a su historia. Para comprenderla y guiarla.

Debe reconocerse que la palabra papal –el consejo del papa– influye en la sociedad. Pero también debe fundamentarse. El teólogo con raíces en la sociedad finita y contradictoria diría que la posibilidad de que el mensaje papal tenga influencia contingente en varias situaciones, sociedades y tiempos, es una muestra de la creencia de los que la aceptan. Pues es la forma del Evangelio –palabra eterna– en esas actualidades. Es su derecho pensarlo. También es derecho de los ciudadanos aceptar valores universales construidos por las sociedades, transmitidos por el papa, e interiorizados por la infinitud de las subjetividades personales y exteriorizados por la infinitud de las libertades sociales. En fin, lo que la historia no ha resuelto, no lo harán estos párrafos.

Estamos en la misma comunidad, es decir, tenemos en común acuerdos, que nos permiten vivir juntos, y desacuerdos, que alimentan a la democracia para procesarlos, para convivir con ellos. A los unos y a los otros nos vincula el derecho a adoptar la palabra del papa, darle nuestra interpretación, constituirla en guía y consejo de vida. O no. Es lo que se denominaría en otros contextos, la disputa por el sentido. La sociedad ecuatoriana ha empezado la disputa por el sentido de la palabra del papa, en su contexto y en su situación, en su forma y en su emisión.

(Paro la escritura para rendir mi homenaje humano y querido a Luis Ramiro Beltrán, primer premio mundial Mcluhan a la comunicación, que murió ayer, mientras amanecía, de cuya amistad nos beneficiamos, Gloria y yo, por décadas).

Hace ya años que la política ecuatoriana nos enseñó que un debate presidencial no se dirime en el escenario de la confrontación, sino en el posdebate, en el seguimiento (y la producción comunicacional) y en la posibilidad de apropiarse de un sentido en disputa. Lo mismo ocurre en la actualidad con el discurso papal. En la confrontación entre la sociedad ecuatoriana y el Gobierno, se disputa el sentido de esa palabra y la posibilidad de que ilumine o difumine al curso de la situación actual. Y no se trata de “partidizar” al discurso papal, sino de darle la dimensión de la “alta” política, la que el mismo papa Francisco nos estimuló a entender y utilizar en la sana interacción entre los hombres.

Hay tres formas de citar, sea para apropiarse de la legitimidad del citado, sea para apoyarse en una afirmación que formula el discursante o sea para desarrollar una propuesta del citado. Lo peor que le puede pasar al “autor” es ser “descubierto” en la utilización, de “baja” política, por el citado. Hacerle notar que me ha citado demasiado, es invitarle a abandonar el servilismo –literario o político– o pedirle que deje de manipular políticamente a un discurso que tiene otra dimensión. Yo tuve vergüenza ajena al escuchar el reclamo.

Peor aún después de escuchar la “broma” atínica acerca de que Ecuador era el paraíso, justamente a un papa de extremo celo doctrinal. Fue la peor forma de ratificar la estrategia comunicacional de afirmación de la autoestima (somos experiencia planetaria, es la primera vez). Ecuatorianos, ustedes viven en el paraíso y lo afirmo delante del papa, que me lo avala, parecían decirnos. Y esta vez no me sonrojé. Me enfurecí ante las preguntas que me formularon corresponsales extranjeros que también se fijaron en la dimensión del deboque.

Se vertieron muchas expresiones sobre las que disputaremos. Menos mal es una potestad del Gobierno y una potestad de la sociedad el hacerlo. Ya nos referiremos a la invocación a la dictadura, especialmente sensible a un papa que vivió una de las peores experiencias autoritarias de la historia latinoamericana. La hizo en un país sin la radicalidad de esa experiencia, Ecuador, y como una referencia indirecta a una sociedad que está perdiendo la democracia. ¿O es que les quedan dudas de que hay otras en Latinoamérica, además de Venezuela, que estén en esa situación?

La referencia al diálogo, sin exclusiones ni descartes, fue un tapaboca metodológico a un “diálogo nacional” de mediocre concepción y concreción. Ya al finalizar la visita, escuché con detenimiento, la homilía en El Quinche. El tema de la gratuidad me impactó porque no pude dejar de hacer una metáfora entre el funcionariado de la Iglesia y el servicio público del Estado. ¡Cuánto me incomoda que me interpelen con “en qué puedo ayudarlo” buscando una relación desigual y “cobrable”, desde los funcionarios públicos hacia los ciudadanos! (Suelo responder “cumpliendo sus funciones que no son una ayuda sino una obligación”). Me indigné ante el saludo cortesano –tapizado de rosas– a los altos funcionarios públicos, tantos que no cabían en el perímetro del salón de Estado, así como frente a los ungidos para saludar al papa en la llegada y la partida, seguramente aquellos cuyas acciones les impulsan a buscar refugio en la sotana papal. También hubiese querido ser una “mosca” y escuchar sin ser visto –posibilidad que solo tienen los organismos de seguridad– a los obispos en su reunión con el papa explicándole sus ausencias del escenario nacional ante la conculcación del primer derecho católico y ciudadano a la información y frente a la violación de otros derechos civiles.

Desde Bolivia escuché que el papa Francisco (sigo guardando “respeto” y no ubicándome ladina y vanidosamente como un “hijo” frente a su padre, el papa) calificó a su discurso como una palabra desde la sociedad y no desde el poder. Entonces me ratifiqué que este papa es profundamente libertario porque es un papa fundamentalmente de la sociedad antes que del aparato eclesial y peor aún estatal. Y eso que el viento de verano le jugó una mala pasada al llegar a Ecuador, arrebatándole el solideo, esa gorra/casquete, que el papa solo debe quitarse ante Dios... Y así lo hizo en la práctica. Bienvenido papa Francisco. (O)

La sociedad ecuatoriana ha empezado la disputa por el sentido de la palabra del papa, en su contexto y en su situación, en su forma y en su emisión.