Cuando vemos que los políticos aparecen con mayor frecuencia en lugares destinados a las noticias de crímenes y delitos, es que algo anda mal en ese país. O como diría Hamlet: “Algo huele a podrido…”. El reciente escándalo en Argentina con la muerte del fiscal Nisman, donde la presidenta insinúa primero un suicidio y luego se desdice afirmando que es parte de una conspiración internacional para acabar con su régimen..., es que estamos claramente ante un hecho policial convertido en un asunto político. Las investigaciones no buscarán la verdad sino que se procurará por todos los medios disponibles que nunca se sepa lo que realmente ocurrió. Las más disparatadas argumentaciones conspirativas alcanzarán el nivel de verdades de dogmas que los corifeos del gobierno se encargarán de darle el barniz de mayor verosimilitud posible. Lo grave es que algunos lo creerán y otros habrán sentido la frustración de saber quién en realidad mató al fiscal que hubiera acusado con pruebas a un gobierno interesado en un acuerdo con Irán sobre hechos criminales ocurridos en Argentina.

En otro sitio pero con iguales argumentos, el gobierno de Venezuela ha montado una historia en torno al preso político Leopoldo López, de quien no pudieron constatar su estado físico ni mental los expresidentes Pastrana y Piñera. El régimen de Maduro evitó que supiéramos la situación de un detenido de manera injusta, que probablemente sea el futuro presidente de Venezuela. Los que hemos sufrido este tipo de vejámenes por gobiernos autoritarios sabemos cuál es el objetivo final del mismo: quebrar la voluntad del detenido primero y de la sociedad después, demostrando que cuando más injusta y arbitraria la detención mayor es la legitimidad autoritaria con la que revisten su mandato.

Estamos ante un hecho donde a la sociedad le debe doler que le escondan la verdad o que le mientan sobre las condiciones de un detenido. No cabe el argumento aquel que tratan indirectamente de colocar en el imaginario popular de que “algo habrán hecho para merecerlo”.

Así como los argentinos quieren saber cuán comprometido está el gobierno de Cristina Fernández en el crimen del fiscal Nisman, así también los venezolanos con dignidad aspiran a que Leopoldo López sea liberado y comience a contestar desde la acción política a un gobierno que rico en recursos petroleros es incapaz de proveer papel higiénico a su pueblo. Cruel metáfora de un fracaso gubernamental.

América Latina comienza en poco tiempo un nuevo camino. Los recursos naturales están perdiendo valor en los mercados y son pocos los casos en que se ha hecho buen uso de esos commodities. Después de cuestionar el imperialismo estadounidense, ahora estos gobiernos se abrazan con el chino, donde al crecimiento económico poco le importan los derechos humanos.

Las contradicciones e incoherencias comienzan a pasarles la factura a los gobiernos que se llenaron la boca de la palabra pueblo, pero que hoy no pueden sostener las demandas de dignidad que se reclaman desde las alacenas vacías hasta las muertes más sospechosas.

Las páginas policiales están llenas de nombres políticos y varios delincuentes han tomado a la política y la democracia como botín. Es hora de que el pueblo recupere su dignidad y grite a voz de cuello para que nadie en su nombre pueda matar o encarcelar a alguno que solo pretende demostrar el autoritarismo congénito de varios “gobiernos electos por el pueblo”. (O)

Las investigaciones no buscarán la verdad sino que se procurará por todos los medios disponibles que nunca se sepa lo que realmente ocurrió. Las más disparatadas argumentaciones conspirativas alcanzarán el nivel de verdades de dogmas que los corifeos del gobierno se encargarán de darle el barniz de mayor verosimilitud posible.