Cuando el médico Nicómaco llamó a su hijo Aristóteles, nombre que quiere decir “el mejor propósito”, probablemente no sabía cuán acertado estaba, porque su vástago cumplió con creces las mejores expectativas, convirtiéndose en el filósofo más influyente de la antigüedad, cuyo pensamiento sigue vigente dos y medio milenios después. Esta vigencia se da a pesar de que el pensador de Estagira hablaba para sociedades profundamente distintas de la nuestra, por más que nuestra civilización tenga una fuerte filiación con la griega. Por ejemplo, nos resulta difícil de entender su posición, que era la de la cultura helena, con respecto a la mujer: “En lo que toca a la relación del macho con respecto a la hembra, aquel es por naturaleza superior y esta inferior, uno gobierna y la otra es gobernada”. La tolerancia para el homosexualismo, que para los griegos era perfectamente complementaria con la discriminación a la mujer, es vista por el sabio como algo normal, en la política habla del tema varias veces sin escandalizarse, incluso cuando cuenta anécdotas picantes, sin embargo, se guarda una carta, refiriéndose al legislador de Creta dice: “En lo que toca al aislamiento de las mujeres, con el fin de evitar que tuvieran muchos hijos, permitió las relaciones sexuales entre varones, a propósito de las cuales en otra ocasión habrá que discutir si actuó bien o mal”, pero nunca discutió el asunto, ni en esa, ni en ninguna de sus obras conocidas.

En cambio, con respecto al tema principal de su obra, que es la organización del Estado, sus predicamentos no han dejado de tener validez desde el siglo IV antes de nuestra era. Decidido partidario de la república, es decir, del gobierno de la mayoría en provecho de todos, piensa que debe mantenerse una sana diversidad dentro del Estado y que “buscar una excesiva unificación de la ciudad no es lo mejor”.

Por eso advierte que “el pueblo se mantenga en calma a pesar de no tener participación en el gobierno no es signo de una buena organización”. Con respecto a la economía sostiene que, dado que “el que cada uno se ame a sí mismo no es injustificado, sino que es cosa natural”, la mejor forma de propiedad es la privada y encuentra en ello la raíz de la beneficencia, más legítima y eficaz que el asistencialismo estatal: “Hacer favores y ayudar a los amigos o huéspedes o compañeros es muy placentero; y esto es resultado de que la propiedad sea privada”.

Los poderosos suelen defenderse de la crítica diciendo que los “sufridores” critican porque no les ha tocado gobernar. Aristóteles les respondería que “un timón lo juzga mejor un piloto que el carpintero que lo fabricó; y un banquete, el invitado y no el cocinero”. Y cuidado si se ponen bravos, como suelen: “Cuando un individuo está dominado por la cólera o por alguna otra pasión semejante, su juicio está forzosamente corrompido”. La ira lleva al “decir con ligereza cualquier clase de desvergüenzas” que “devienen en actuar del mismo modo”. (O)