Yola estuvo recientemente exponiendo en Mirko Rodic Art Gallery; por estar fuera de la ciudad no pude acompañarla en su última muestra pero sé que fue un éxito. Es un caso único: no descubrió el secreto de la eterna juventud física, nadie jamás lo logró ni lo logrará, ¿pero qué entendemos con eso de ser jóvenes? La edad biológica nunca fue la importante, siendo esencial la que le permite a Yela conservar en los ojos, en el alma tanto “entusiasmo”: palabra griega que se refiere a la presencia de un dios dentro de nosotros. Que sea mito o no, existen seres que recibieron el don de poder engendrar maravillas. Vivir con amor rejuvenece, el amargo odio envejece.

Decimotercera de una familia compuesta de catorce hermanos perdió a su padre (infarto), vivió bajó el amparo de su madre pero dicha mujer murió en 1942 cuando ocurrió aquel temible terremoto. Estudió Arqueología con dos personajes de los que compartí amistad: Francisco Huerta Rendón y Carlos Cevallos Menéndez. En 1960, impulsada por su amigo pintor Hans Michaelson se matriculó en la Escuela de Bellas Arte donde pronto se destacó por su talento, cosechó premios, tuvo a dos grandes maestros Alfredo Palacio para la escultura y Theo Constante para la pintura. Conocí a Yela en 1965 cuando llegué a esta ciudad y desde entonces nos une un gran afecto. Fui amigo de Paul Klein, su esposo, con quien compartimos partidos de ping- pong y experiencias gastronómicas en esta misma casa donde sigue viviendo Yela rodeada de grandes obras de arte, con un balcón que domina al río Guayas.

Siendo director de la Alianza Francesa tuve el honor de organizar una de sus primeras y más grandes exposiciones así mismo como expusimos a Theo Constante, Jaime Villa, Boanerges Mideros, Félix Arauz, organizamos una inmensa retrospectiva de Manuel Rendón. Pronto abandonó Yela cierto academismo, nacieron obras que la convirtieron en creadora con estilo absolutamente propio. Fundó la Asociación Cultural Las Peñas, logró reunir a centenares de artista en las exposiciones que sigue manteniendo cada año en su propio barrio.

Estuve a su lado cuando sufrió un infarto, tuvieron que hospitalizarla. En su lecho bromeaba sin cesar, me dijo: “Cuando salí de mi casa para internarme un cholito me piropeó diciéndome: ‘¡Que linda cola tiene usted!’... y eso me volvió a subir el caballaje”. A Yela la amo, la admiro por ser la gran artista que es, por su incansable capacidad de trabajo, su creatividad, su profunda honestidad, su generosidad para con los artistas, su sinceridad que la hace expresarse sin tapujos, la entrañable madre y abuela que es. Sentí mucha pena en 1992 cuando falleció Paul Klein, el esposo afligido con diabetes y Alzheimer. En el 2000 perdió todos sus ahorros en la quiebra del Filanbanco pero ha demostrado a lo largo de su vida que hace frente a cualquier tipo de temporal. Le debemos mucho. No se envanece con tantos premios o condecoraciones, sigue siendo nuestra Yela de Guayaquil, desafío al tiempo y al espacio con el arte como esencia suya. Así lo dio a entender Rosa Amelia Alvarado Roca.