Hace unas semanas preguntábamos en esta columna “¿qué es un país?” y planteábamos una cuestión más compleja “¿somos un país?”. A la primera pregunta respondíamos diciendo que es un territorio determinado habitado por una nación. Así la segunda nos remitía a otra interrogación, “¿somos una nación?”. La complejidad del asunto me llevó a eludir una respuesta, los columnistas no tenemos porqué saber todo... y no sé si alguien sabe en realidad qué es eso de la “nación”, peor en un Estado que se define como “plurinacional”.

Retomo este tema porque el editor ítalo-ecuatoriano Javier Gálvez ha publicado una nueva edición, completa y basada en el texto de la primera, de la Historia del Reino de Quito del padre Juan de Velasco. Se puede llenar la página de razones que demuestran, más allá de toda duda, la descomunal importancia de este libro, pero al revisar la reciente publicación, me he confirmado en la idea de que el jesuita riobambeño fue el primer ecuatoriano... quiteño habría dicho él, pero hablaba de lo mismo. Lo es porque en su obra de tres tomos por primera vez se establece a estas tierras como una unidad histórica, como el hogar de una comunidad humana con un específico destino en la historia. Es importante resaltar ese cuidado que pone en deslindar lo ecuatoriano de lo relativo a los virreinatos a los que alternativamente estuvo adscrita nuestra real audiencia. Podemos decir que Velasco inventa el Ecuador, no lo crea de la nada, sino que lo encuentra, lo halla, en el inventario de los hechos naturales y humanos de su país (nótese la afinidad de la palabras invento e inventario).

Un país no siempre coincide con una zona geográfica determinada, puede comprender varias o compartirla con entidades similares. Es más bien un hecho cultural y, antes que nada, un estado de conciencia. Y eso es lo que hace Velasco, concientiza la pertenencia a un país, al que dice amar y sin duda amó. ¿Será eso que buscan hoy con tanto ahínco y que llaman “la identidad”? Quién sabe. Se ha criticado la validez histórica de las narraciones aportadas por el preste riobambeño, se niega la existencia de las fuentes que cita, se le quita todo mérito como instrumento historiográfico... Corresponde a los historiadores profesionales el dilucidar estos temas, pero aun cuando en efecto fuese así, si la Historia del Reino de Quito fuese más imaginaria que documentada, esto no disminuye un ápice de lo que estamos diciendo. Para nosotros ha de abordarse como una épica, es decir un relato basado en hechos históricos al que se han añadido elementos míticos. Es con precisión una epopeya, es nuestro Os lusiadas y nuestra Eneida. Entonces concluimos que un país es sobre todo una narración, un texto, es nada menos que una literatura expresada por sus grandes creadores, en nuestro caso precedidos y presididos por el gran Juan de Velasco, que como Virgilio experimentó las hieles del destierro, que suelen ser garantía de honradez intelectual.