V einte mil leguas de viaje submarino, la novela que Jules Verne publicó en 1870, es una obra cumbre de la imaginación creativa del autor francés y también de la literatura universal. Hasta hoy el misterio sigue rodeando a su protagonista, el capitán Nemo. ¿Qué buscaba bajo el mar? ¿Por qué se había prometido a sí mismo no volver a poner un pie en la tierra seca? ¿Por qué ocultaba a sus congéneres su genial habilidad de sabio inventor? Junto con una población de adeptos que más parece una cofradía, Nemo ha construido un modernísimo barco submarino –un pez de acero– con forma de un cigarro inmenso.

Dentro de la nave se habla un idioma solo conocido por quienes han decidido recluirse allí. No hay aguas que no hayan explorado. A pesar de que, cinco años más tarde con la publicación de La isla misteriosa, Nemo reaparece y revela parte de sus secretos –incluida su nacionalidad india–, jamás comprenderemos a cabalidad qué resentimiento lo ha llevado a separarse de la humanidad para hacer del elemento acuático su hábitat más preciado. El capitán vive su propia autonomía: sus reglas son las suyas, no las de ninguna Constitución escrita. La alimentación, el vestido y la energía para impulsar la nave provienen del lecho marino.

“En el mar está la tranquilidad suprema. El mar no pertenece a los déspotas. En su superficie, aún pueden ejercer sus inicuos derechos, pelearse, devorarse y transportar todos los horrores terrestres, pero a treinta pies de profundidad, su poder cesa, su influencia se extingue y su imperio desaparece”. ¿Verne político? Nemo avizora la fundación de ciudades sumergidas, esto es, formula una utopía. Y cuando el profesor/prisionero hace especulaciones sobre la formación de nuevas islas, el comandante aclara: “El mundo no precisa de nuevos continentes, sino de hombres nuevos”. ¿Nemo revolucionario?

Nemo se considera un habitante del país de los oprimidos y se conduele de la explotación humana; incluso financia, con lingotes de oro y plata hallados en los naufragios, insurrecciones políticas, como una en Creta, que acaba de rebelarse contra el despotismo turco. En las paredes del submarino cuelgan retratos de hombres que se han caracterizado por los ideales de cambio social. “¿Era el paladín de los pueblos oprimidos, el liberador de las razas esclavas?”, se preguntan sus interlocutores. Nemo responde: “¿Cree usted que ignoro que hay seres que sufren, razas oprimidas en este mundo, infelices que aliviar, víctimas que vengar?”.

En el Polo Sur, los navegantes tienen serios problemas: debido a los hielos la nave no puede subir a la superficie y el aire se acabará muy pronto. Un personaje dice: “Los muros solo se han inventado para exasperar a los sabios. No debería haber muros en ninguna parte”. Según Miguel Salabert, gran traductor que ha interpretado a Verne con ojos de adulto, “el amor a la libertad y el odio al despotismo están explícitamente declarados en toda su obra”. Nemo muestra a sus lectores las maravillas del espacio submarino en las profundidades abisales. Pero también los insondables abismos que habitan escondidos en el alma de todos nosotros. Por eso, la búsqueda de Nemo sigue vigente.