La conclusión fue íntima: debe salir de la pantalla.

Me refiero a la conclusión luego de leer una entrevista a una presentadora de noticias, realizada por estudiantes de periodismo para un periódico de la Universidad de las Américas. Entre otras cosas, la presentadora declaró –palabras más, palabras menos–: en el oficio “llevo al entrevistado al terreno que yo quiero”. Y me pareció razón suficiente como para esa conclusión íntima: debe salir de la pantalla.

El que “en mi fuero interno” piense que debería ser reemplazada no significaba nada, aun cuando la Secretaría de Comunicación se me hubiera cruzado en el camino para preguntarme “¿qué periodista se le viene a la cabeza y qué le diría?”.

Es necesario reflexionar sobre este desatino de la Secom porque precisamente son los espacios denominados “micrófonos abiertos” los que se constituyen en ejemplos de abusos irresponsables del “derecho” a decir “lo que sea” a través de los medios de comunicación, especialmente audiovisuales.

Una colega a la que preocupan y apasionan las discusiones sobre el periodismo sugirió la lectura del texto de Pierre Bourdieu La opinión pública no existe. En este ensayo, el pensador francés analiza “funcionamiento y sus funciones” de las encuestas de opinión, y define tres postulados que podrían guiarnos en la reflexión:

“Toda encuesta de opinión supone que todo el mundo puede tener una opinión; o, en otras palabras, que la producción de una opinión está al alcance de todos”. Este primer postulado nos obliga a mirar toda la campaña de opinión planteada por la Secom. No solo la que provocó una reacción en redes sociales, sino toda en perspectiva, y la intencionalidad con que se definió la pregunta. ¿Y qué valoración tiene el hecho de que ciertos ciudadanos se hayan negado a responder la pregunta? ¿O si respondieron favorablemente por tal o cual periodista?

Un docente de la Universidad de los Hemisferios difundió, la semana anterior, los resultados de una investigación sobre la “opinión pública” en torno a la credibilidad de los periodistas a nivel nacional, y uno de los cuadros sostenía que Hugo Gavilánez era el comunicador con mayor credibilidad de la televisión nacional. Aunque se trata de otro caso, el análisis de Bourdieu también nos asiste para asimilarlo: en su segundo postulado sostiene que “se supone que todas las opiniones tienen el mismo peso. ... el hecho de acumular opiniones que no tienen en absoluto la misma fuerza real lleva a producir artefactos desprovistos de sentido”. Así, una o dos opiniones televisadas no representan la opinión de una mayoría, ni la encuesta cuya formulación de preguntas no considera todas las variables o procedencias de los encuestados.

Tercer postulado: “En el simple hecho de plantearle la misma pregunta a todo el mundo se halla implicada la hipótesis de que hay un consenso sobre los problemas”. O lo que es lo mismo: quien cree que hay un problema que debe definirse a través de una encuesta de opinión, formula una pregunta dando por supuesto que aquel problema es el mismo percibido por quienes van a responder.

No sé si Bourdieu queda un poco grande para el análisis de este tipo de encuestas –sobre todo de la primera–, sin embargo, no deja de ser un ejercicio interesante para cuestiones de una inexistente opinión pública.