Todo parece sugerir que Ucrania está abocada a una guerra civil. Será la consecuencia directa de ilusiones y ofertas incumplidas por parte de los gobiernos occidentales, por un lado, y las ansiedades de los rusos, por el otro. Tal como se había temido, luego de la secesión de Crimea del territorio ucraniano y su traspaso a Rusia, ahora es el turno de la región oriental de Ucrania. Lo que está ocurriendo allí es muy similar a la crisis de Crimea.

La población ucraniana de origen ruso denuncia al gobierno de Kiev como amenaza a su integridad física y cultural. A continuación, esa minoría de origen ruso comienza a reclamar un referéndum como salida a la crisis. Y el asunto termina con una determinación del gobierno de Moscú de venir a la ayuda de esta minoría. Solo que está vez, el gobierno ucraniano parece resuelto a impedir que la crisis genere en una nueva partición de su territorio. No habrá otra Crimea, aseguran en Kiev. Lo que probablemente sí haya es una confrontación bélica. Semejante escenario tendrá serias y complicadas consecuencias, y cuyos efectos se dejarán sentir hasta en América Latina.

Occidente se hizo la ilusión que terminada la Guerra Fría y liquidado el imperio soviético, Rusia ingresaría a la comunidad de naciones de corte liberal. Un sistema democrático, una economía de mercado, un respeto a la normativa del derecho internacional, entre otras cosas, le esperaban a Rusia al final de un proceso de aprendizaje y error. Llevado por esta ilusión, los Estados Unidos jugaron, por ejemplo, un papel crítico en el ingreso de Rusia a la Organización Mundial del Comercio.

Esta inserción de Rusia en la comunidad occidental, habría de ser el resultado de la globalización económica. Y traería como consecuencia una Rusia abierta, democrática y sobretodo una nación pacífica sometida al derecho internacional. La ilusión de que el mejor camino para la paz internacional es la integración económica, no es nueva. El filósofo Emmanuel Kant también sostenía un optimismo similar. Pero la realidad se ha encargado de desmentirlo. Al menos en el caso de Rusia, más están pesando el renacer del nacionalismo, la nostalgia por un pasado imperial, un temor a verse sitiada por la OTAN y las ambiciones de un hombre, Vladimir Putin.

A ello se suma el error de haberle ofrecido a Ucrania algo para lo que Occidente no estaba dispuesto a cumplir. La mayoría de las guerras comienzan así, con promesas incumplidas. Fue el error que cometieron Francia y Gran Bretaña al haberle prometido a Polonia que ellas la defenderían en el caso de que sea agredida por Alemania. Hitler invadió Polonia, sin que nadie se lo impida. Y tanto Londres como Paris no tuvieron otra alternativa que declararle la guerra a Berlín.

En la actualidad, ninguna de las potencias occidentales parece dispuesta a defender bélicamente a Ucrania de las agresiones que vienen sucediendo. Y de esta falta de compromiso se ha aprovechado el gobierno de Putin, lo que podrá terminar en una guerra civil.