En un amasijo, instintos contradictorios conviven en el alma humana, entre ellos el sedentarismo y el nomadismo, impulsándonos, de manera simultánea y paradójica, el uno a quedarnos en un solo sitio, a establecer un hogar, y el otro, a buscar nuevos horizontes, nuevos mundos. Uno y otro son indispensables para la supervivencia de la especie. Desde que el hombre se hizo sedentario, la pulsión nomádica se vio restringida, lo que provoca cierto grado de infelicidad, sobre todo para ciertos espíritus móviles. Para superar la acedia que genera la inmovilidad, las civilizaciones inventaron el turismo, esa forma de viajar por puro placer o en busca de mera ilustración, porque antes los grandes viajeros fueron conquistadores o comerciantes. Intermedia entre las dos categorías está la del investigador, a quien también mueve el ansia de conocer cosas nuevas, pero lo hace de manera profesional, como una forma de vida.

Alguien dijo que el mundo es como un libro, que los que no viajan solo han leído una página de él. No es una metáfora, el mundo es, en un sentido real, conjunto de signos que deben leerse. Estamos de acuerdo con esa expresión, pero merece hacerse una precisión: para entender cualquier texto es necesario saber leer. Para un analfabeto, por desgracia, una biblioteca es solo un depósito de pulpa de madera. Si viajar bastase para formar a los hombres, los más grandes sabios serían los tripulantes de naves y aeronaves, pero no es así, solo una minoría de ellos alcanza a percibir la riqueza de este descomunal volumen.

Parece que fue Pío Baroja quien dijo que “el carlismo se cura leyendo y el nacionalismo, viajando”. Para la plena comprensión de esta frase aclaremos rápidamente que el carlismo fue un movimiento político que congregó las tendencias más reaccionarias de España. Aquí también cabría precisar: depende de lo que se lea y de cómo se viaje. La estadía en Francia del ayatolá Jomeini no sirvió para abrirle la mente ni un milímetro. Somos escépticos respecto de las propiedades formativas de los desplazamientos geográficos. Sin embargo, no se puede negar que para las personas con mínimos de sensibilidad y humildad, un paseo, por corto que pueda ser, es un hecho enriquecedor. Hubo excursiones que marcaron la vida de grandes seres humanos, pensemos en el mandatario viaje a Italia que hacían los románticos alemanes, o en la definidora visita a París que hicieron muchos intelectuales latinoamericanos... pero esta sirve de excelente ejemplo de lo que decimos, por cada Montalvo o Vallejo hubo miles de señoritos de nuestros países que malgastaron las fortunas familiares en los cabarés de Francia, de donde volvieron más pobres de lo que se fueron, pero igual de ignorantes. El filósofo George Santayana decía que “antes de salir, el viajero debe poseer intereses determinados y herramientas para que el viaje le sirva”, viniendo de un trotamundos impenitente como lo fue este filósofo español, es consejo que tomo en cuenta al momento de abordar un avión.

Por cada Montalvo o Vallejo hubo miles de señoritos de nuestros países que malgastaron las fortunas familiares en los cabarés de Francia, de donde volvieron más pobres de lo que se fueron, pero igual de ignorantes.