Pocos meses antes de las elecciones de 1994, cuando los líderes del ANC, el partido de Nelson Mandela, tenían ya la plena seguridad de ganarlas, discutieron sobre el himno nacional que debería entonarse a partir del triunfo que se venía. Como lo refiere John Carlin, uno de los más prestigiosos biógrafos del líder sudafricano, el antiguo himno ensalzaba a los afrikáners, la minoría blanca que sometía a la mayoría negra por medio del apartheid. Era un canto a sus glorias y al racismo. La intención de los dirigentes del ANC era sustituirlo por una canción que se había convertido en el emblema de la lucha por la eliminación de ese sistema de segregación. Cuando parecía que se impondría esa decisión, Mandela acudió a su lógica, a su liderazgo, a su pragmatismo y sobre todo a sus principios para hacerles comprender que con ello se destruiría el proceso de reconciliación. La convivencia entre blancos y negros era fundamental para establecer un régimen de libertad e igualdad. La venganza (o el viraje de la tortilla) no tenía cabida. El acuerdo final fue que en las ceremonias oficiales se tocaran los dos himnos.

Cabe preguntarse qué habría pasado si se hubiera ido por la vía del todo o nada, no solo en el asunto del himno, sino en todo el proceso de lucha contra el apartheid. El propio Mandela se situó en esa posición en los inicios de su vida política, cuando impulsaba la lucha armada. Los largos años que permaneció en prisión los utilizó para reflexionar al respecto y comprender que la única posibilidad era la construcción de un régimen en que todos tuvieran cabida. La otra opción era la instauración de una república negra, que expulsara a los blancos o que los sometiera como ellos lo habían hecho con la mayoría negra. Mandela se fue convenciendo de que lo único que se lograría con ello sería reproducir el régimen de segregación y de ausencia de libertad contra el que combatía. De hacerlo así, quedaría demostrado que era imposible la convivencia humana y que blancos y negros (o cualquier otra diferenciación, religiosa, étnica, lingüística, cultural) no podían disfrutar de un orden que garantice las libertades de todos. Había que evitar eso, incluso en los detalles más pequeños como el de una canción, no se diga en los asuntos más serios de la definición de políticas y en la toma de decisiones.

Para comprender su magnitud y su importancia, el proceso sudafricano puede ser comparado con los que vivieron otros países en condiciones relativamente similares. El caso más ilustrativo es el palestino-israelí, que camina hacia la instauración de dos estados irreconciliables, asentados en definiciones tan primitivas como son la definición étnica y la identidad nacional. Mandela evitó ese destino y así demostró que el ser humano puede crear las condiciones para convivir entre diferentes y que puede incluso superar las mayores ignominias. El régimen de segregación, con sus odios, crímenes y venganzas debía quedar atrás y solamente podía ser superado por la instauración de un orden integrador.