Las virtudes son como destellos de Dios, donados e impresos por Él en sus criaturas. Unos, inspirados por la imagen de un Cristo desvestido, edificaron con piedra viva, sin oro, sin pintura siquiera, hermosos templos. Otros, inspirados por la imagen de Cristo, Señor del universo, han utilizado el oro en templos, cálices, custodias, como signo del reconocimiento del señorío de Dios.
El oro, símbolo y resumen de los bienes terrenos, ha cautivado la mente y el corazón humanos. Hay peligro de convertir el oro en “becerro de oro”.
Entre esos cristianos no cautivados por el oro surgen algunos, como Francisco de Asís, como el papa Francisco.
De acuerdo a la fe cristiana, Jesucristo es el único, en el que las virtudes tienen su fuente y máxima realización.
En la pobreza se conjuntan varias virtudes, como la humildad, la laboriosidad, la libertad, la belleza.
Señalo dos imágenes extremas sí, pero reales de personas: personas económicamente dotadas, al mismo tiempo sencillas, laboriosas, sin pujos de superioridad, empeñadas en el surgimiento y desarrollo de una sociedad, en la que todos puedan merecer. Otras personas con pocos recursos económicos, encerradas en sí mismas, sin otra aspiración que la de adquirir por cualquier medio, con cualquier camiseta, bienes económicos. Los demás y lo demás “no es su problema”.
En el campo clerical conocí y conozco a prestantes obispos y presbíteros de una vida personal austera, que vivían y viven para la comunidad. No les era extraño el que “en la sociedad” les titularan como “excelentísimo señor”; título herencia de otras épocas y de otros mundos. Esos mismos “excelentísimos señores” escuchan con igual alegría en el mundo campesino, especialmente indígena, el tú, o el taita. Bastan estas dos imágenes para afirmar que la pobreza no se circunscribe en realidades externas, como lo económico, como algunos la circunscriben. A la raíz de la pobreza está el “no poner el corazón en el dinero”, en no poner el oro, símbolo de los bienes materiales, en el lugar de Dios, el lugar más importante del corazón humano.
La pobreza no es desaliño, no es desprecio de bienes materiales. El pobre no los pone en el primer lugar de sus declaraciones, los pone en el primero de su servicio a la comunidad; y, en la comunidad, al servicio de los que más necesitan y menos pueden corresponder servicio con servicio.
El pobre vive en su tiempo, sirve con los medios de su tiempo. El papa Francisco no pide que no se usen los medios técnicos modernos. Pide evitar el lujo; invita a “un desvestirse interior, para poner a Dios y a los otros en el centro de la propia vida”. “La pobreza no es amor al sacrificio por sí mismo” dice Francisco. La austeridad no tiene valor en sí misma, sino como medio para mantener el corazón abierto a Dios y al mundo.
Lo anterior puede esfumarse y se esfuma en buenas intenciones y declaraciones, si no es respaldado por la multiforme austeridad, que no es ajena a la belleza.