En un lapso de nueve años, del 2008 al 2017, las grandes novelas que marcaron el llamado boom latinoamericano cumplirán medio siglo. Desde La región más transparente (1958), de Carlos Fuentes, hasta Cien años de soledad (1967), de García Márquez, pasando por La ciudad y los perros (1962), de Vargas Llosa, y Rayuela, de Julio Cortázar, de la que justamente este año conmemoramos el cincuentenario, pues se publicó en 1963. Hay quienes se niegan a reducir el boom a estos cuatro mosqueteros; pienso, por ejemplo, que por méritos literarios y trayectoria vital José Donoso podría contarse en el selecto grupo. Todo esto es discutible, pero lo que me queda finalmente es que el boom propiamente fue una construcción editorial, que apalancándose en cuatro o cinco grandes escritores aprovechó el siglo de oro de la literatura latinoamericana, que ya se manifestaba décadas antes, para generar una explosión comercial y mediática. Con énfasis digo que haber logrado esto no es reprobable, muy por el contrario, ¿no es lo que todos queremos? Quien diga lo contrario es mentiroso o mentecato.

De lo producido en el boom, como en todo lo humano, hay niveles, incluso en las novelas columnares mencionadas. Niveles que se evidencian no solo en una comparación general, sino en relación con el conjunto de obra de cada escritor. Así, Cien años y La región son verdaderas cumbres de la literatura universal, cuya dimensión gigantesca no volvió a ser alcanzada por sus autores. De Fuentes se decía que cada día escribía peor y García Márquez terminó en Memoria de mis putas tristes, que solo provoca decir “¡ta’ qué triste!”. Donoso dice de Vargas Llosa que es el más literato del grupo. No le falta razón, en el sentido de ser el más profesional y sistemático. Por eso su obra, con pocos altibajos, tiene un nivel de arte y calidad garantizados. Podríamos calificar a Julio Cortázar de cuentista y ensayista genial, podríamos, pero no me convence extender ese calificativo a su novelística, Rayuela incluida. Me parece que su experimentalismo formal encubre dificultades que no se lograron superar a narrativa limpia: “arte de arterías”. Por cierto, generó un estilo, al que el escritor ecuatoriano Pedro Jorge Vera bautizó desdeñosamente de “rayuelismo”.

Y más allá de lo formal, en general me choca el galocentrismo o la francolatría que impregna la obra de Cortázar. Casi nos venía a decir que si no te vas a vivir a Francia, no puedes ser escritor... Si no lo decía, así lo entendieron muchos con funestas consecuencias. Esa mistificación fue la que agitó la polémica entre el escritor argentino y José María Arguedas, cuya estatura literaria iguala por lo menos a la de los chicos del boom. El mediático autor argentino pontificaba desde la revista norteamericana Life, nada menos; el peruano le respondía, a él y a sus epígonos cosmopolitas: “Todos somos provincianos, don Julio. Provincianos de las naciones y provincianos de lo supranacional, que es también una esfera, un estrato bien cerrado”.