Me preguntó una dama, cuando compartíamos comentarios de terceros sobre el “matrimonio igualitario o gay” (hasta entonces no se había pronunciado el presidente). Le respondí más o menos así:

Me opongo a los eufemismos de cualquier naturaleza y a la costumbre de llamar inapropiadamente a las cosas. Desapruebo el lenguaje largo, cansino y hasta hueco de algunos miembros de la nueva clase política, que pretende someternos a como dé lugar con frases preconstruidas, utilizadas para toda ocasión y temática.

También le expresé a la informada e inteligente dama que en Montecristi nos presentaron un panorama real y ciertamente dramático de la emigración de miles de ecuatorianos y el desensamble de la familia, para convencernos de que, por ello, el concepto de familia sufrió transformaciones. Y en realidad se generaron familias diversas a la tradicional, como consecuencia de la partida de los padres o de uno los cónyuges.

Sin embargo, luego de aprobada la Constitución, aparecen evidencias de que también se habría querido introducir el reconocimiento a otros tipos de familia, que no fueron precisamente generados o propiciados por la emigración. Por supuesto, los impulsores del proyecto utilizaron el sentimiento de solidaridad hacia los emigrantes, verdaderos héroes de la Patria.

El caso es que entonces, en el corto debate, no se pensó en la necesidad de que el abuelo contraiga matrimonio con la nieta para devolverles la familia, pero sí en una forma jurídica que reconozca la situación y proteja a los miembros de ese nuevo tipo de familia.

Le acoté a la dama que no es sensato distorsionar instituciones jurídicas a situaciones que no responden al concepto definido y reiterado por siglos. La esencia del robo no varía si lo robado lo distribuyo entre los pobres o lo gasto en mi beneficio. El secuestro de personas sigue siendo secuestro, aunque el rescate sea para comprar armas y utilizarlas para derrocar un gobierno explotador. No constituye “retención” como afirmó cierto periodista, en una entrevista sobre su participación en el secuestro de un abogado y periodista quiteño.

Le insistí –en lenguaje coloquial– que cada institución diferenciada debe tener un nombre… Los emelecistas no quisieran que los identifiquen con un uniforme amarillo y los barcelonistas, tampoco con el azul.

Que el concubinato es la relación marital de un hombre con una mujer sin estar casados. La unión de hecho –como estatus legal– se produce cuando es estable y monogámica de más de dos años entre hombre y mujer libres de vínculo matrimonial con el fin de vivir juntos, procrear y auxiliarse mutuamente. Así, la unión de hecho crea derechos similares a los del matrimonio, pero no es matrimonio.

El matrimonio, vínculo legal entre hombre y mujer, crea derechos, obligaciones, además origina la sociedad conyugal (sociedad de bienes). Pero resultaría –así le parece al presidente– que los promotores del “matrimonio igualitario” no quieren solo el efecto de la sociedad de bienes, que bien podría legislarse con ese fin..., pretenden adoptar niños.

Por ello me opongo a los eufemismos de cualquier naturaleza, pues envuelven varias intenciones. Prueba de ello es el desborde de la justicia indígena. Celebro la iniciativa del ministro Jalkh para encarar sus consecuencias.