Susana salió de su trabajo como todas las tardes, cerca de las 18:00. Mientras contó esta historia, todavía sentía una molestia que rondaba en la cabeza, también la pesadez, sueño y sensación de mareo. No quedó bien después de que estuvo a punto de convertirse en una presunta nueva víctima de los robos con escopolamina.

La madre de cuatro hijos recordó que llegó a la parada de La Primavera, en la parroquia de Cumbayá, en el nororiente de Quito. Mientras esperaba el bus que le llevaría hasta Yaruquí, sintió que una mujer se sentó muy cerca de ella.

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Estaba sentada en una grada que queda en la parte de atrás de la parada. Entonces, se percató que a pesar de tener espacio, la mujer se sentó muy cerca de ella y empezó a tener una actitud algo sospechosa.

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Susana vio cómo la mujer se pasó la mano por su nariz y accionó algo parecido a un perfume. De inmediato, identificó un olor demasiado fuerte, era intenso y le empezó a molestar la nariz y ojos. Sin embargo, hasta ese momento no perdió la conciencia.

Después vio a un hombre que llegó en una patineta, él regresaba a ver con preocupación a distintos lugares, después se sentó muy cerca de ella, como la mujer.

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Todo esto pasó en segundos, tal vez un par de minutos, de pronto llegó el bus. Al subir al automotor se percató de que no había asientos, entonces caminó hasta el lugar donde se ubican las sillas de ruedas, detrás del conductor.

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La mujer que se había sentado cerca de ella, que también abordó la misma unidad de transporte, estaba de pie, se acercó a Susana, haciendo que vuelva a percibir ese olor intenso. Ella intentó alejarse y cuando lo hizo escuchó el sonido de un espray, el agente químico que inhaló, empezó a hacer efecto.

La mujer empezó a sentir rápidamente que se hincharon los labios, la garganta era seca, sentía mucho malestar, entonces sacó fuerzas y se alejó. Mientras esto pasaba, ella se comunicaba por mensajes de texto con sus hijos, quienes estaban expectantes en casa.

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En pocos minutos vio que las manos se le empezaron a poner color morado, varias lágrimas empezaron a salir de los ojos y sintió sueño. Todo esto reportaba a sus familiares, hasta que dejó de ver las letras, no podía identificar, entonces se empezó a comunicarse por notas de voz.

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Una de sus hijas le dijo que se baje en Tababela, pues la buseta en que abordó no llegaba hasta Yaruquí, y esa parada era la más cercana a su casa, sin embargo, es un lugar que no tienen más casas o locales cerca. De pronto recordó que, en la parada de Pifo, una parroquia antes de Tababela, existe una tienda a la que ella ha acudido algunas veces a comprar.

Esa se convirtió en su misión, resistir hasta Pifo y no dormirse hasta entonces. Entre sueños recordó que la mujer que estuvo cerca de ella había preguntado cuánto cuesta el pasaje hasta la parroquia de Puembo, pero que no se bajó cuando pasaron por esa localidad. Esto hizo que se preocupara.

El bus llegó a Pifo, y con la última energía descendió del vehículo, ingresó a la tienda y pidió ayuda. Ahí la mujer del local le brindó agua y la ayuda hasta que lleguen sus hijos a su rescate. No se fijó si la mujer también bajó del autobús, pero hasta ahora mantiene la imagen de aquella persona, aunque no le ha vuelto a encontrar en la parada.

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Durante toda la noche sintió que su cuello no resistía el peso de su cabeza, las piernas estaban adormecidas y tenía mucha sed. Días después, no ha superado el malestar por completo, las personas le han dicho que corrió con suerte, pues otras personas han contado la misma historia, pero después de ser víctimas de robo.

Su hijo le contó que cuando salieron de la tienda fueron perseguidos por un vehículo color blanco, pero, una vez que ingresaron a Oyambarillo, una localidad entre Pifo y Tababela, lograron perder de vista al carro.

Así, la mujer que todavía guarda un mal recuerdo, recomendó a las personas que intenten viajar en grupo, para que no se vean vulnerables ante cualquier intento de robo. (I)